Chus Luaces, naronesa que sufrió cáncer de nasofaringe: «Ahora acompaño a los pacientes en el hospital y salgo con el corazón lleno»

FERROL CIUDAD

A Chus Luaces, naronesa de 47 años, le diagnosticaron un cáncer que le ha dejado secuelas como rigidez en el cuello o pérdida de movilidad en la boca
A Chus Luaces, naronesa de 47 años, le diagnosticaron un cáncer que le ha dejado secuelas como rigidez en el cuello o pérdida de movilidad en la boca CESAR TOIMIL

Forma parte del batallón de casi noventa personas que apoyan a la AECC con acciones de voluntariado en el área de Ferrol

23 dic 2022 . Actualizado a las 13:41 h.

Chus Luaces entró en contacto con la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) justo después de «matar al bicho» y no durante el tratamiento, como les ocurre a otras muchas pacientes. «Pensaba que era muy fuerte y que podía con todo, pero no hay excepción que confirme la regla. En algún momento te vienes abajo y tienes que pasar ese duelo. Y yo me derrumbé justo después de pasar la enfermedad», apunta esta naronesa de 47 años, que hace dos tuvo cáncer de nasofaringe y ahora es voluntaria de la AECC.

En su caso, el mazazo llegó en diciembre del 2020, cuando le diagnosticaron la dolencia. «Fue un poco por casualidad. Había tenido dos otitis y decidí hacerme una revisión rutinaria. Al doctor no le gustó nada lo que vio y me envió al Hospital San Rafael para que me hiciesen una biopsia. Cuando me dijeron que tenía cáncer de nasofaringe me quedé de piedra y lo primero que pregunté fue: ¿Me voy a morir de esto? Me dijeron que no y me quedé más tranquila», rememora Chus.

Por aquel entonces su hija María tenía un año de edad, y la pequeña y su marido, además del resto de la familia, fueron su principal apoyo durante el tratamiento, «Yo pensaba en mi niña y en mi marido y me decía que me tenía que curar. Durante todo el proceso me sentí muy fuerte y me mantuve bien de ánimo», relata. Y eso a pesar de que esos seis meses no fueron un camino de rosas. A causa de las complicaciones derivadas de la radioterapia y la quimioterapia, Chus tuvo que ingresar dos veces en el hospital. Y además, durante las sesiones no podía estar acompañada, ya que las restricciones por el covid lo impedían.

Sin embargo, y pesar de todo, asegura que lo más duro llegó cuando le dijeron que ya no había rastro de células cancerígenas. «Por las secuelas que me quedaron no pude volver al trabajo, me dieron la incapacidad y de repente me vi en casa con mucho tiempo, pero sin nada que hacer ni contra lo que luchar», explica Chus, que antes de enfermar trabajaba para una entidad bancaria. Fue entonces cuando acudió a la AECC. En principio, para asistir a clases de pilates y gimnasia. Pero luego se benefició de otros muchos servicios —«son todos gratuitos», recalca—, como asesoramiento para hacer los trámites de incapacidad o apoyo psicológico. «Esto me ayudó muchísimo, porque yo lo veía todo negro y la psicóloga me enseñó a cambiar el enfoque y ver el lado positivo de las cosas», señala.

Además, Chus decidió hacerse voluntaria de la asociación y aportar su granito de arena acompañando a los pacientes que están a tratamiento en el Hospital de Día del Naval. «Cuando yo estaba allí con la quimio nadie me podía acompañar por el covid y la verdad es que lo eché mucho de menos, por eso quise colaborar de esta manera», comenta. Como voluntaria del Carrito de Don Amable, Chus ofrece información de la AECC a los pacientes que están con la quimio y les ayuda a matar el tiempo conversando con ellos de lo divino y de lo humano. «Acompaño a los pacientes en el hospital y cada vez que voy salgo de allí con el corazón lleno. Creo que a ellos les reconforta poder hablar con alguien que ha pasado por lo mismo, pero la verdad es que para mí también resulta terapéutico. Ellos me dan a mí mucho más de lo que yo les doy a ellos», dice agradecida.