Tito Pena, fundador de Asfedro: «Aunque solo se pudiese salvar a uno, hay que luchar por los drogodependientes»

Bea Abelairas
Bea Abelairas FERROL

FERROL CIUDAD

Augusto Pena, Tito , fundador de Asfedro
Augusto Pena, Tito , fundador de Asfedro JOSE PARDO

En los años 70 comenzó la lucha de este vecino de Caranza para conseguir la ayuda que necesitan los adictos y que sigue reclamando que debe proveer el Sergas

24 feb 2023 . Actualizado a las 17:36 h.

Augusto Pena Maceiras plantó la semilla de lo que hoy es la Asociación Ferrolana de Drogodependencias (Asfedro). Por una labor en la que tuvo que librar mil batallas y derramar muchas lágrimas, le entregaron ayer un galardón muy especial, pero Tito, como lo conoce todo el mundo, se resta importancia. «Hubo muchas personas detrás, todo comenzó porque las familias necesitaban una solución: muchas se rompieron por la droga, los chicos robaban una cartera para comprar sus dosis y era un drama; entonces tener un hijo drogodependiente era una vergüenza, un estigma», cuenta en su barrio, en la residencia de Caranza, donde vive desde hace casi cuatro años con su mujer, Esther Freijomil. Ella apunta fechas y, sobre todo, sentimientos de épocas muy complicadas en las que se enfrentaron a mil tormentas para conseguir que en Ferrol hubiese atención y un centro terapéutico para los adictos.

«Toda esa lucha nos costó mucho esfuerzo y dinero, porque cuando Tito viajaba la mayor parte de los gastos los asumíamos nosotros y claro, yo me quedaba en casa con cuatro niños», dice ella, que no reivindica ni un gramo de los logros de su marido. Él sí que lo hace: «Yo he podido hacer todo eso porque la tenía a ella, porque fue mi apoyo incondicional y así lo dije en el discurso cuando me hicieron ferrolano del año».

Los dos compartieron ese ánimo de lucha con Carmen Avendaño, conocida como madre de la droga: «Recuerdo que vino a manifestaciones a Ferrol con muchas otras mujeres y nosotros fuimos a Vilagarcía o Vigo las veces que nos necesitó», rememoran sobre las primeras etapas, cuando hablar de abrir un centro terapéutico era iniciar un conflicto con los vecinos. Épocas en las que veían a familias y matrimonios resquebrajarse porque asumir que un hijo era drogadicto era un fracaso total. «Vimos sufrir a tantas familias porque a veces uno de los dos padres no podía más y rechazaba al hijo, no había apoyos para la enfermedad, porque esta adicción es una enfermedad que debería ser parte de la atención del Sergas», cuenta sobre una labor que con el tiempo se fue asentando.

«Todo el mérito es de los trabajadores de Asfedro, médicos, psicólogos, educadores... ellos han demostrado todo lo que se podía conseguir —dice entre lágrimas—. Al cabo del tiempo muchas personas que rechazaban el centro a las puertas de su casa me han reconocido que tenía razón y eso me emociona mucho». Y recalca: «Yo sé que es muy complicado recuperarse de esta lacra, pero aunque solo se pudiese salvar a uno hay que luchar por los drogodependientes».

«Teníamos dos lugares para el centro y lo impidieron los vecinos... por ignorancia» 

Primero fue el trabajo para concienciar a las propias familias de que sus hijos no eran unos maleantes, sino que estaban enfermos por la droga. Después, llegó la larga lucha para conseguir un espacio donde instalar un centro terapéutico. «Primero nos ofrecieron el convento de Baltar, pero dos vecinas influyentes comenzaron a hacer oposición, a asustar a los vecinos asegurándoles que solo iba a traer males a la zona, así que tuvimos que renunciar y eso que teníamos un alquiler estupendo, de unas pesetas al año», rememora Tito. Libraron la misma lucha en Narón, cuando ya tenían una antigua factoría. «Teníamos dos lugares para el centro y lo impidieron los vecinos... por ignorancia, porque pensaban que la zona se iba a llenar de delincuentes», confiesa.

A la tercera fue la vencida, pero también hubo que salvar la barrera de la incomprensión: «En Doniños fuimos explicando casa por casa a los vecinos, aunque otra vez tuvimos que acabar luchando contra las mentiras que se dicen de la droga», rememora Tito, mientras a Esther se le saltan las lágrimas cuando recuerda una manifestación a favor del centro que soportó todo tipo de impedimentos. «Hasta cortaron los árboles para que no pasásemos, pero recuerdo que vinieron muchos apoyos de todo Galicia y el centro salió adelante», recuerda Tito. Y su compañera, con orgullo, recalca: «Y el centro solo ha traído cosas buenas, incluso ha revitalizado la zona».