Un millón de bombillas, ¿son muchas o pocas? Y si le añadimos las de la pajarera (o lo que quiera que sea) del Cantón y las de las grúas de los astilleros, ¿son suficientes? A Coruña tiene más de tres millones y la alegría de que las empresas multinacionales la quieren y el Gobierno de España la nombra sede de la Agencia Española de Supervisión de la Inteligencia Artificial, asunto en el que lleva más de veinte años enfrascada. Vigo colocó más de once millones y su alcalde se autoproclama rey de la Navidad y dicta su comienzo en todo el planeta, nada menos.
¿Estas ciudades se esfuerzan más que Ferrol en alcanzar la felicidad social o estos gestos son irrelevantes? Las emociones, los deseos y las pulsiones de sus vecinos ¿están más satisfechas? Parece que sí. O depende. O quién sabe.
José Antonio Marina nos enseña el concepto de felicidad social acuñado en el siglo XVIII, aquellos tiempos en los que las aldeas de Ferrol, Canido y A Graña se vieron transformados por arte de birlibirloque en una villa próspera. Pero eso sí, sin capacidad de decisión, sin control de su deseo colectivo, sin conciencia de lo que iba a construir allí la corona borbónica. Sin opciones. Indefensos y atentos a lo que venía para poder trabajar, sobrevivir y tener una vida mejor. La idea de felicidad enlaza, por primera vez, con la de justicia, con disponer de derechos, con el comienzo de lo que más tarde se convertiría en el embrión de un estado de bienestar.
Se combatía la ignorancia, favorecedora de la crueldad y la violencia, como bien dice Emilio Lledó. Crecían las relaciones comerciales y económicas, bases imprescindibles para el desarrollo social, como siempre apuntó José Luis Sampedro. Ferrol estaba por primera vez en Europa, en aquella Europa que comenzaba a ser la comunidad llena de cafés que contaría George Steiner. Todo eso ¿fue suficiente para crear una identidad sólida capaz de procurar la felicidad social?
La fiesta navideña, la tradición belenista y la Semana Santa las trajeron los marinos de tierras gaditanas, sevillanas y cartageneras. El teatro, las rondallas y los trovadores, empresarios italianos. El comercio, los catalanes y maragatos. Las academias, la instrucción y el nivel educativo vinieron de la mano de la Armada. Como las prácticas higiénicas y sanitarias. El desarrollo tecnológico se copió, literalmente, de los técnicos ingleses. Y desde el trazado de la ciudad hasta el modernismo de algunos edificios fueron obra de grandes personajes que vinieron de otros lugares.
Ferrol, dicho en corto, es un puzle de ideas aisladas, la suma de múltiples talentos que, con su buen hacer, trataron de alcanzar su felicidad, individualmente. Un artefacto social poco consistente.