Copacabana, la playa del centro de Ferrol

José Picado FERROL

FERROL CIUDAD

Playa de Copacabana en Ferrol.
Playa de Copacabana en Ferrol.

22 nov 2022 . Actualizado a las 10:40 h.

La imagen bien podría haberse tomado un día cualquiera de noviembre, como este noviembre pero de hace mil años. Es la playa de Copacabana en blanco y negro, fotografiada un día gris al atardecer. Solo hay un perro paseando por la orilla. Detrás se ve un cabo tomado a tierra que tal vez amarrase una chalana, una buceta o, simplemente, la boya que marcaba un muerto. Más atrás destaca el viejo y destartalado club Copacabana sobre innumerables pilotes de madera, a modo de palacete veneciano pero venido a menos, a mucho menos. La tablazón se ve desnuda en muchos lugares en los que antes había pintura blanca, de un blanco inmaculado renovado todos los años. No sé la fecha, pero probablemente el club ya estaba cerrado, condenado a la espera de su demolición y la eliminación de la playa urbana. Eso es lo que era. Copacabana, la playa del centro de Ferro,l aunque más familiarmente pareciera la playa particular de los vecinos del Muelle y Canido, a partes iguales.

Bajar a Copacabana, desde Canido, ocupaba todo el plan de un día para la chavalería. Se paraba en el baluarte, a veces a echar una pequeña partida a seis goles, y luego a refrescarse un poco en la fuente de Ínsua si no había señoras lavando la ropa. Después se continuaba hasta la playa en la que infinidad de cosas sucedían cada día. Medir la cantidad de arena disponible, según tocasen las mareas, era lo primero. De ello dependía si había espacio para seguir jugando al fútbol, si tocaba coger algunos berberechos para ir a la mañana siguiente a pescar fanecas y panchos al Muelle, o si únicamente se podía bañar uno y tomar el sol. Algunos días entraba el tren al Arsenal y eso era un gran acontecimiento. Otros, de marea llena, se veían los gancheros navegando a lomos de los troncos de Guinea rumbo a la Peninsular Maderera. Los contrarios, de marea baja, casi se podía ir andando hasta A Cabana, chapoteando en medio de los lodos y nadando un estrecho canal que quedaba en medio de la ensenada.

Y todos, todos, eran días de fiesta, de baños en una ría tal vez no demasiado limpia (no había conciencia ecológica tan acentuada ni conocimiento de la gran cantidad de vertidos fecales e industriales al mar) en la que los ferrolanos hacían sus pinitos de clase media que se premiaba con las bondades del agua de mar antes de hacer un picnic en la arena.

La fotografía en cuestión, preciosa, vino a parar a mis redes sociales a través de no sé muy bien quién. Lamento no haber apuntado el nombre del autor. Sí les puedo decir que fue causa de admiración y nostalgia a partes iguales. Los que la vieron hablaron maravillas de Copacabana, de los ratos que pasaron y las gentes que conocieron. Todas buenas palabras. Una cosa excepcional en estos parajes.