Te nombro así, Albertiño, con ese sufijo tan nuestro que añade ternura, cariño, aprecio… Y que no empequeñece, sino todo lo contrario. Tú eras grande, en todos los sentidos. Acostumbramos a referirnos a alguien que emprende el viaje definitivo con las palabras ¡qué buena persona era! En ti, esa frase se queda corta. Bondad, generosidad, amabilidad, amistad… son valores de los que disfrutamos los que te conocimos. Me despierto con la triste noticia de que te has ido. Maldita enfermedad que te ha llevado pronto, muy pronto, demasiado pronto. Recuerdo la última vez que te visité en tu Mesón O‘Pío, hace unos meses. Viene a mi memoria ese último abrazo y me emociona y entristece no poder darte ninguno más. Cuántas veces te he visitado con mis padres, con mis hijos, con mis amigos para disfrutar de la mejor cocina y profesionalidad de toda Ferrolterra.
Mis padres, que también te querían tanto, ya te habrán recibido en el cielo con un abrazo y seguro que disfrutaréis los domingos con risas y canciones de Ferrol, alrededor de una gran pota de callos, bien regados con aquellos vinos que tantas conversaciones arrancaron cada vez que nos veíamos. Y seguro que en un rincón, habrá un jardín lleno de bonsáis para que los cuides con mimo, con ese mismo mimo con el que nos cuidabas a todos nosotros. Nosotros, que quedamos huérfanos aquí abajo.