El secreto de la felicidad, el fuego sagrado y un caballo de niebla

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL CIUDAD

29 may 2022 . Actualizado a las 00:30 h.

Me dan una gran envidia los poetas, que con muy pocas palabras, y a veces con un único verso, abren las secretas ventanas que muestran el alma del mundo. Todos los poetas. Porque, como muy bien decía Francisco Umbral —la cita no es textual, ahora no recuerdo con exactitud lo frase—, no hay poeta, bueno o malo, en cuyo corazón no arda la llama inmortal de la poesía. Esta mañana, en la Tierra de Escandoi, un amigo, Roberto, al que no veía desde hace tiempo, me contaba que hay cosas, de las que él cocina, que prefiere hacer en la lareira. Por eso, explica, la sigue encendiendo casi todos los días. Ya no deben de ser muchas las lareiras que quedan en este Finisterre nuestro, donde Europa comienza, y menos todavía las que aún se utilizan. El caso —y lo digo, entiéndaseme bien, poniendo el máximo cuidado en no dejarme arrastrar por la nostalgia de un siglo que ya no existe— es que, una vez más, lamento no saber escribir versos. Porque, si supiese, le habría dedicado alguno al fuego del hogar, que en mi opinión es —junto al de cocer el pan— un fuego verdaderamente sagrado. ¡Cuántas historias nacieron junto a él...! ¡Y cuántos sueños...! Hablando de nostalgias, ya ven cómo vuelve a resurgir, con una fuerza extraordinaria, el mito de Steve Prefontaine, el atleta norteamericano, nacido en Oregón en 1951, que falleció trágicamente, en un accidente de tráfico, a los 24 años de edad, en 1975. Prefontaine, un fondista de un valor excepcional al que, como a nuestro Mariano Haro, le gustaba correr en cabeza (y no enredarse en tácticas destinadas a sacar el máximo partido de cada prueba, racionando, hasta la última vuelta, el esfuerzo), vuelve a ser motivo de inspiración para deportistas de todo el planeta. Su imagen aparece ahora hasta en prendas de moda. Y les comento esto porque la mayor parte de esas imágenes corresponden a una prueba en concreto de la que ya alguna vez hablamos: la final de los cinco mil metros de la Olimpiada de Múnich, en 1972. Una Olimpiada en la que, tras una carrera formidable, Prefontaine quedó fuera del podio, cruzando en cuarto lugar la línea de meta (de la misma manera que Haro entró cuarto en la final del diez mil de esos mismos Juegos, después de haber luchado por las medallas con un arrojo insuperable que ya está en la historia para siempre). Lo que quería contarles —y a eso voy— es que el corredor con la camiseta de la selección española de atletismo que aparece en esas imágenes de Prefontaine, las que están dando vueltas por el mundo de nuevo, es Javier, Javier Álvarez Salgado. Otro gran atleta olímpico, muy amigo de Mariano, a quien hace poco le escuché decir algo precioso, una reflexión que me permito compartir con ustedes: que la auténtica felicidad es ver felices a aquellos a quienes uno quiere, y que esa felicidad «hay que trabajarla todos los días». Me conmovió escucharlo. ¿Donde irán las nieves de antaño?», como Villon se preguntaba. Meu Padriño Ramón, «que facía pan, sabía os camiños todos e tiña un cabalo rubio coas crinas trenzadas», dibujaba a lápiz en cuanto papel tenía a mano, pero por desgracia no conservo ninguno de sus dibujos. Sin embargo, al cerrar los ojos, los veo. El tiempo se va, pero no me hagan caso. Esto es la crisis de los cuarenta, como puede ver cualquiera. Cuarenta y diecisiete años, cumplo yo, la semana que viene...