Ferrol recupera en San Julián la ceremonia del Desenclavo, que no se celebraba desde 1916

FERROL CIUDAD

Ramón Loureiro

La concatedral revive un rito que hunde sus raíces en lo más hondo de las tradiciones de la Pasión

16 abr 2022 . Actualizado a las 19:03 h.

La Pasión ferrolana ha podido cumplir hoy, por fin, lo que para muchos fieles era, desde hace años, un deseo -y casi un sueño- nacido de lo más profundo del corazón. Ferrol ha recuperado, en la concatedral de San Julián, la ceremonia del Desenclavo de Cristo. Un rito que hunde sus raíces en lo más hondo de las tradiciones del Viernes Santo, y que en Ferrol se había celebrado por última vez -de acuerdo con los datos de los que dispone la Cofradía del Santo Entierro- en el año 1916.

Ha sido precisamente la cofradía del Santo Entierro, presidida por Antonio Loureiro, la que, a través de la historia, ha querido recoger el testigo de la antigua Cofradía de Ánimas para hacer posible, así, que en Ferrol, donde Europa comienza, se escenificase de nuevo el Descendimiento de Cristo, el Desenclavo de la Cruz. Y sabido era que la ceremonia, por su propia naturaleza, sería especialmente emotiva. Más todavía en un año como este, cuando la Pasión de Ferrol, la Gran Pasión del Norte, revive, con todo su esplendor, tras el triste paréntesis que trajo consigo la pandemia. Pero lo cierto, y de justicia es decirlo así, es que todas las expectativas se vieron superadas. Y que ver bajar de la Cruz, este Viernes Santo de un tiempo nuevo, la imagen del Cristo que ya protagonizaba el Desenclavo en la primitiva iglesia de San Julián (aquel templo medieval que estaba situado en Ferrol Vello, junto al puerto, y que fue demolido en el siglo XVIII tras verse afectado por las obras del muro del Arsenal), conmovió profundamente a cuantos lo contemplaron.

El Cristo del Desenclavo, que antaño se utilizaba también en la procesión del Santo Entierro, es una imagen bellísima. Una talla articulada -como suelen serlo todas las de los antiguos desenclavos- cuyo realismo, tan barroco, sobrecoge a quien lo contempla.

El acto, envuelto por momentos es un silencio estremecedor, contó con la presencia del obispo de Mondoñedo-Ferrol, Fernando García Cadiñanos, que antes de que comenzase la ceremonia, y ante la imagen del Crucificado, invitó a los fieles a recordar que al otro lado de la muerte también hay luz y hay esperanza. El aroma del incienso se mezclaba con el de las flores, que se abrían a la luz de la tarde. Y entre el público había quien lloraba.

Un largo viaje a través de la historia

Desde 1916 hasta hoy han pasado más de cien años. Y el Ferrol de aquel tiempo era, qué duda cabe, muy distinto. Como distinta era, también, Europa entera. En 1916 el Papa era Benedicto XV, el pontífice que alzó su voz con todas sus fuerzas contra la guerra, que promovió la ayuda humanitaria desde el más absoluto compromiso con quienes sufren y que hasta, en sus últimas palabras, cuando estaba a punto de entregar su alma, pidió «la paz en el mundo». Y por aquel entonces la iglesia de San Julián no era concatedral aún (de hecho, no lo fue hasta el pontificado de Juan XXIII, Papa que decidió que Ferrol compartiese con Mondoñedo la capitalidad diocesana), y la sociedad estaba inmersa en los vertiginosos cambios que trajo consigo la llegada del siglo XX. Hoy, permítasenos insistir en ello, los tiempos son muy otros, pero las incertidumbres continúan. De nuevo suenan tambores de guerra en Europa; de nuevo campan a sus anchas la violencia y la destrucción. Y esa es una más de las razones por las que tiene un tan profundo significado que Ferrol recuperase este Viernes Santo la estremecedora escenificación del Desenclavo de Cristo. Porque la Pasión de Cristo, la identificación con el Cristo Doliente, es, más allá incluso del universo de la fe, una invitación a tomar conciencia de que, en pleno siglo XXI, sigue sufriendo, por desgracia, toda la humanidad.