Escribanía de mar

José Picado ESCRIBANÍA DE MAR

FERROL CIUDAD

20 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Una escribanía puede ser descrita de diferentes formas y obedecer a múltiples significados. Para los académicos de la lengua española una escribanía puede ser la oficina del escribano, un escritorio o mueble para guardar papeles o una caja portátil en la que habría un tintero y un estuche para las plumas. Entre otras cosas. Para los académicos de los buscadores de internet hay escribanías de barco, escribanías de sobremesa, algunas de cuero, otras de bronce o plata, y un sinfín de artilugios incluidos en la misma categoría que sirven de soporte a un par de tinteros. Todo parece valer como escribanía… excepto para nosotros, los ferrolanos. Aquí, en el departamento marítimo del norte, una escribanía o es de mar o no es nada. Los anticuarios y chambones vendían escribanías de mar como también vendían metopas, arcones de alcanfor, sables medio oxidados y gorras de plato con la galleta de oficial de la Armada. Eran -y son- cajas de caoba con esquineras, cantoneras, asas y bocallave de latón. Suelen tener en la tapa una chapa, también de latón, destinada a grabar el nombre o las iniciales del propietario. Y en su interior los espacios para contener el recado de escribir, naturalmente.

El recado de escribir, al contrario que la escribanía, está perfectamente definido. Lo hizo César González Ruano, cronista de cafés, en un artículo así titulado. «El recado de escribir consta oficialmente de un tinterillo, generalmente con tapón de corcho, un manguillero con su pluma arañante y una carpeta de hule negro, donde alguna vez hay un papel secante además de un pliego y un sobre». Era un utensilio imprescindible en los cafés de preguerra, en una etapa anterior al modernismo de las plumas estilográficas. Los cerilleros los alquilaban por 15 ó 20 céntimos y el temido escritor de café tenía en su mano la posibilidad de escribir la crónica diaria, un poema, una carta o un capítulo de su nueva novela.

Mi escribanía de mar tiene a bordo el recado de escribir al estilo ferrolano, que no es un estilo cualquiera. Contiene una mezcla de aromas de café y coloniales finos traídos de ultramar; y las cartas cifradas del espía Jorge Juan con las claves inglesas para construir mejores barcos; y los motivos de Torrente Ballester para entretenerse con La boda de Chon Recalde; y el recorte del periódico con la noticia del asesinato de Canalejas, probablemente nuestro mejor político; y la solicitud de creación de la Sociedad Económica de Amigos del País de Ferrol que nunca llegó a funcionar; y los bocetos del mascarón de proa del Galatea; y el maravilloso diseño de las ventanas de guillotina en las galerías, invento exportado al mundo y aún no superado; y los planos de la Escuela Naval que no se construyó; y…