El profesor de la Universidad de Salamanca Luis García Jambrina (Zamora, 1960), autor de libros como En tierra de lobos y La doble muerte de Unamuno, no solo es uno de los mejores conocedores de los grandes clásicos de la literatura española, sino también un magnífico narrador: un escritor de bellísima prosa y de magistral dominio del arte de contar historias que ahora acaba de publicar El manuscrito de niebla, otra de esas deliciosas novelas suyas en las que el lector viaja, a través de los siglos, hasta el tiempo en el que todo era nuevo aún —sin ir más lejos, la imprenta—, pero en el que al papel y a la tinta ya se les quería tanto como nosotros les queremos ahora. Luis, que en sus obras ha convertido en avispado personaje literario, y en brillante indagador de misterios, nada menos que al gran Fernando de Rojas, al autor de La Celestina, le rinde homenaje además, en esta novela recién llegada a las librerías, a ese extraordinario humanista que fue Antonio de Nebrija, de quien ahora se conmemora, por cierto, el quinto centenario de su muerte. Esta es la sexta obra de ficción de Garcia Jambrina que tiene a Fernando de Rojas como protagonista. Y yo, que empecé a leerla anoche (mientras al otro lado de la ventana corría, con un canto especialmente alegre, como de esperanza, el agua del río que conforme se va acercando al mar deja de llamarse Sáa y pasa a llamarse Cádavo), y que se Dios quiere terminaré de leerla esta madrugada, quisiera hoy —además de, por supuesto, recomendarles su lectura—, compartir con ustedes una reflexión. Porque cada día estoy más convencido —y esto es lo que me disponía a decirles— de que en estos momentos de tantas incertidumbres los grandes libros son más necesarios que nunca. No para pasar el tiempo, sino para intentar detenerlo. Porque, como salta a la vista, los relojes, y hasta los calendarios, corren cada vez más rápido. A García Jambrina lo conocí, hace ya bastantes años, en una edición de los Encuentros de Verines que, si no recuerdo mal, estaba dedicada a la relación entre la literatura y el periodismo. Y no hemos vuelto a vernos en persona desde otros Encuentros de Verines más, los que se le dedicaron a Cervantes. Pero estamos en contacto siempre, gracias a los milagros de la electrónica, que con sus pantallas de mil colores abren ventanas mágicas entre las brumas de Escandoi y las luces de Salamanca. Cada vez que veo pasar, por Ferrol, por Ortegal o por la Mariña de Lugo, el Tren de la Costa, cuya vía atraviesa algunos de los parajes más bellos de cuantos hay en el mundo, me da por pensar que va hacia la Casona de Verines y al Mirador de La Franca, y que allí —¿verdad que sí, Luis?— estará Carlos Casares. Quizás conversando con Fernando de Rojas. Y con Nebrija, claro.