Carmen Manso, los ángeles y el báculo de un obispo de la Edad Media

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL CIUDAD

14 nov 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

La historiadora ferrolana Carmen Manso, máxima responsable de la sección de Cartografía de la Real Academia de la Historia —y académica de número de la Academia de San Rosendo—, acaba de publicar, en forma de libro y catálogo, un estudio sobre la evolución de los mapas en España entre los siglos XV y XIX. Investigadora cuya labor incansable abarca ámbitos muy diversos —es una gran conocedora de la historia del monacato gallego, y recientemente, además de continuar con su investigación sobre los dominicos, sacó a la luz aspectos fundamentales de la relación de Ferrol con la orden franciscana que permanecían inéditos—, ni que decir tiene que siente verdadera pasión por la cartografía, que es la ciencia que, desde el corazón de una biblioteca, o incluso sin salir de casa, nos permite ver los países como sin duda los verán los ángeles: desde lo más alto del cielo. Los mapas a los que ella ha dado nueva vida son en su mayoría auténticas obras de arte que a lo largo del tiempo, generación tras generación, han ayudado a la humanidad entera a conocer y entender mejor tanto lo que estaba cerca como lo que quedaba lejos. O, cuando menos, a verlo de otra manera. «Los mapas son preciosos», comenta la investigadora, con evidente entusiasmo, aunque también reconoce que, en un mundo que jamás se está quieto, la obra de los cartógrafos nace destinada a hacerse, antes o después, vieja. Unas veces porque el afán de ir siempre más allá fue permitiendo conocer tierras y mares de los que no se tenía noticia, otras veces porque las fronteras suelen moverse, y otras veces más, en fin, porque la tierra, que es la piel del mundo, no siempre se está quieta. Con respecto a esto último, al hilo de la actualidad de estos días y a manera de ejemplo, Carmen cita el caso de la isla de La Palma, subrayando que ya poco se parecerá a los mapas de las zonas en las que el volcán lo ha transformado todo con sus ríos de fuego. Por otra parte, la investigadora ferrolana tiene un papel central, también, en la muestra Las huellas del Camino, exposición comisariada por Darío Villanueva que estos días puede visitarse en la propia Biblioteca Nacional, y en la que es posible contemplar, entre estampas, maquetas y manuscritos, desde una Biblia medieval hasta el Santiago Apóstol pintado por Murillo, además de una reproducción de los instrumentos musicales del Pórtico de la Gloria. Pero, dicho todo esto, no querría dejar de comentarles, tampoco, que Carmen Manso, en el número monográfico de la revista Estudios Mindonienses dedicado a la catedral de Mondoñedo, ha dado a conocer los dibujos que José Villaamil y Castro (1838-1910) remitió a la ya citada Academia de la Historia con la descripción del maravilloso báculo del obispo Pelayo II de Cebeira (pieza que hoy se custodia en el Museo Nacional de Arte de Cataluña, donde también están las magníficas pinturas murales de Santa María y Sant Climent de Taüll) y de las vistosas zapatillas del mismo mitrado, que se guardan en la catedral mindoniense. Pelayo II de Cebeira, que falleció en el 1219, fue, ya saben ustedes, el prelado que llevó la sede episcopal de lo que hoy es la diócesis de Mondoñedo-Ferrol a Ribadeo. Allí donde la Galicia do Norte termina, o donde quizás comienza.