El destino de las torres de Meirás

Eduardo Riestra
Eduardo Riestra TIERRA DE NADIE

FERROL CIUDAD

XOSÉ CASTRO

04 jul 2021 . Actualizado a las 18:05 h.

De verdad los ciudadanos deben recordar eternamente la dictadura franquista en casa ajena? ¿De verdad el Estado necesita las torres de Meirás para perpetuar la memoria de Franco? Podía haber usado las numerosas estatuas ecuestres, la de Ferrol o la de Nuevos Ministerios, por ejemplo; podría haber expropiado el Valle de los Caídos o retenido el palacio del Pardo; pero no. Lo que ahora ocurre es que el Gobierno va a dar ese destino a la casa de uno de los más grandes escritores de finales del siglo XIX y principios del XX; que además era mujer y gallega. Una escritora a la que no hacía luz de gas Clarín ni Valera, que conoció a Zola, a Daudet, a Goncourt, que trajo a España la literatura rusa, que mantuvo una íntima relación de amistad, amor y respeto con Benito Pérez Galdós, que era, en fin, uno de los ases del póker literario de su tiempo.

Franco no necesita semejante ayuda y quizá doña Emilia tampoco, pero desde luego nosotros, los de ahora, no me cabe duda de que sí. La relación entre ambos -dado que la Pardo Bazán murió en 1921, mientras Franco Bahamonde, que aún no tenía 30 años, andaba comandando la legión recién creada por otro coruñés, Millán Astray, en un Marruecos en el que se estaba cocinando la gran matanza de Annual- hace ahora cien años- fue obviamente inexistente.

A la pobre Blanca Quiroga, la hija de la escritora y protagonista de la venta de la casona, la guerra le explotó en la cara, con el asesinato, unos días después del golpe de Franco, de su único hermano Jaime y su sobrino del mismo nombre. Al año siguiente moría su marido José Cavalcanti y ella quedaba sola. Y ni aun así cedió la propiedad al general sino a cambio de dinero; cosa que a la que sí renunció cuando regaló la casa de la calle Tabernas a la Real Academia Galega.

Pues bien, la granja de Meirás, donde la escritora decidió construir esa gran casa con un torreón que iba a usar como refugio para su actividad literaria -la habitación propia que reclamaba Virginia Woolf- llegó a manos del general ferrolano y de ahí al NODO y a los ojos de todos los españoles. Se hizo famosa por la ignominia.

Pero ahora es momento de devolver al edificio su dignidad. Franco está consiguiendo perpetuarse en nuestras vidas mientras doña Emilia anda todavía buscando su habitación propia. Ahora podemos enterrar a Franco y ocuparnos de la mejor literatura francesa, rusa y española, porque tenemos una profesora excepcional, una guía a la altura de Virgilio.

Lo otro sería unirse al famoso grito del citado Millán Astray.