Paseos

José Varela FAÍSCAS

FERROL CIUDAD

13 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Alambico los paseos mañaneros los días sin lluvia de modo que alguno de sus bucles sobrepase un río. Como inicio la andadura en Canido, las opciones son escasas si se considera que quedan al alcance de mi complexión solo dos regatos, el de O Dous y el de A Sardiña. Aun así, y sin necesidad de recurrir a Google Earth, es posible establecer periplos suficientes para burlar el tedio de la reiteración. Son caminatas de terapia psicosomática en sentido estricto. Además de los obvios beneficios del ejercicio físico, el paso por estos riachos cumple la función de avivarme los recuerdos y advertirme de lo casquivana que es la memoria. El de A Sardiña, por ejemplo, es un arroyo que pesqué hace más de cincuenta años desde A Malata pasando por A Pallagueira, O Carballal, Pazos, O Soutiño y O Machuco hasta sus fuentes en el valle de Mandiá y, salvo unas cuantas posturas de su tramo inferior, hoy lo veo impracticable. No tanto por el abandono de sus enmarañadas orillas, que ocultan el curso del agua y que son un desafío para la habilidad del aficionado, por no mencionar su escandalosa e impune contaminación, sino por su propio caudal. Estamos en una de las estaciones en las que los ríos gallegos libres de embalses discurren razonablemente henchidos, y, al observarlo no me explico del todo cómo era posible pescarlo en el duro estiaje. Creo ahora que solo la porfía por los ríos escuálidos que tenía mi padre -a mayor dificultad, menor número de cañas; regla de oro- y la proximidad a nuestra casa parecen justificarlo. Pero lo milagroso era que rara vez volvía de vacío de sus jornadas estivales de pesca. Las truchas eran de discreta talla, todo hay que decirlo.