Carlos Casares y la Casa del Patín

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL CIUDAD

25 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El próximo verano, y más concretamente el 24 de agosto, Carlos Casares cumpliría 80 años. No dejo de preguntarme qué diría, de este tiempo de hierro que nos ha tocado vivir, si aún estuviese a este lado del río. Pero, en cualquier caso, estoy seguro de que no se dejaría arrastrar por la desesperanza. Yo, que también fui su amigo -como lo fue un país entero-, me acuerdo de él casi todos los días. Por ejemplo, cada vez que paso por la plaza que lleva su nombre: ese jardín situado al pie de la Casa del Patín, en el barrio de Esteiro. Estoy convencido de que a Carlos, que le quería mucho a Ferrol (un Ferrol que para él también era, sobre todo, literatura, y que se encarnaba de una forma decididamente mágica en la figura de Gonzalo Torrente Ballester), le habría gustado saber que en este Norte nuestro se le recuerda en un lugar dedicado a los libros: junto a la biblioteca de la universidad. Pero no sé por qué digo habría, puesto que es más que probable que allá donde él se encuentra ahora, en ese reino cuyos secretos acabaremos por conocer todos, esté bien informado de que Ferrol fue una de las primeras ciudades de Galicia que se decidieron a perpetuar su recuerdo dedicándole un espacio público. De hecho, no me extrañaría nada que él y el autor de Los gozos y las sombras, aunque nosotros no podamos verlos aún, se paseen, de vez en cuando, por el campus, quizás no muy lejos de donde está el busto que rinde tributo a la memoria de Torrente. Así que, llegados a este punto, no puedo dejar de preguntarme si alguno de ellos habrá reparado en que por la plaza de Carlos Casares andan a menudo, picoteando entre la hierba, de un tiempo a esta parte, en pleno casco urbano y como un milagro más de la primavera, esas palomas torcaces que en gallego llamamos pombos, y que en la Tierra de Escandoi, en los años de mi infancia, los niños veíamos como animales poco menos que fantásticos, aves a caballo entre dos mundos que solo unos cuantos elegidos sabían domesticar. Cuando Casares era estudiante en Santiago de Compostela, su poesía (entonces escribía poesía, sí) fue premiada por un jurado del que formaban parte dos ferrolanos: Ricardo Carvalho Calero y Miguel Carlos Vidal. Casi todo empezó allí. No quiero olvidarme, por cierto, de mencionar la emoción con la que Casares hablaba siempre de los sucesos del Diez de Marzo del 72. Amaba mucho la libertad.