Este rojo no se refiere a la campaña electoral de Madrid ni a un programa de televisión. Es un rojo que torna, poco a poco, en arcoíris de colores que tiñen nuestro pequeño universo, que cambia en función de cómo es nuestra mirada sobre él.
Oigo referencias continuas al proyecto de «Ferrol Patrimonio de La Humanidad». Hermoso título para al ambicioso y espléndido propósito de reivindicar un patrimonio, material e inmaterial, ni suficientemente conocido ni valorado y, parte de él, oculto tras el telón del abandono y el olvido. Abrazo este proyecto con pasión de ferrolana, pero con el temor de que haya faltado entusiasmo colectivo, quizá por falta de información suficiente. Porque tareas como esta exigen, en primerísimo lugar, que lo abracemos con sano orgullo ciudadano. Solo esto, el rigor técnico y la pasión conseguirán enamorar a los demás de, por ejemplo, nuestro paisaje, urbano y rural, el peculiar modo de tapear, de cantar o de celebrar… Y, lo más difícil: que se conozca el arte, en sentido amplio, que encierran los muros, unos reales y otros virtuales, de una ciudad que se quiere poco y a la que le falta convicción y compromiso colectivo (no solo alboroto) con ciertos proyectos.
Si se consigue aparecerá el arcoiris que irá, desde el rojo de un atardecer en Doniños o el verde anaranjado de las hojas de los magnolios en otoño, hasta la explosión del azul de la Ría vista desde San Felipe…Con un horizonte enigmático bajo la sombra de los que un día fueron vigorosos gigantes de hierro y hoy, difusas siluetas oxidadas por la nostalgia de un pasado que debería tornar en arcoíris.