Un tren de recuerdos

Antía Díaz CRÓNICAS CORUÑESAS

FERROL CIUDAD

AITOR IMATZ

Hace mucho que el día de Navidad no es Santa Cristina. Pero está grabado a fuego en el cajón de la memoria que guarda los recuerdos de aquellas Navidades que no volverán

09 dic 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Durante más de 20 años, el día de Navidad era sinónimo de Santa Cristina. El olor de casa de mi abuela y mi madrina, nada más entrar en el portal, aquellas escaleras hasta el segundo (el ascensor llegaría mucho después) y la vajilla de la Cartuja en la mesa de comedor que iba creciendo cada año.

Eran los primos de Santiago, la sopa de pescado de madrina, la mousse de castañas y chocolate, los cuencos de cristal con piña y nata, y aquellas matrioskas de madera que yo siempre soñé que habían llegado de la Rusia comunista, pero que hace poco descubrí, medio decepcionada, medio ilusionada, que en realidad venían del comercio de mi abuelo materno en Ferrol.

Hace mucho que el día de Navidad no es Santa Cristina. Pero está grabado a fuego en el cajón de la memoria que guarda los recuerdos de aquellas Navidades que no volverán. Y no hace daño: al contrario, es como un bálsamo para dolores presentes. Pensaba en ese valiosísimo cajón esta semana, pasando frío delante de Zara Home en la plaza de Lugo: un tren navideño, entrando y saliendo de túneles nevados se ha convertido en una atracción impagable para el retaco de la casa, que ha heredado de su abuela la pasión ferroviaria.

Ahora que los adultos estamos al borde de un ataque de nervios pensando en estas fiestas como si fueran las del siglo, como si perder la cena de Nochebuena multitudinaria fuese el drama del año, tendríamos que tirar del cajón de las Navidades pasadas y usarlo como antídoto contra la melancolía. Y recordar que si sobrevivimos a dramas peores, a ausencias imposibles de sanar, si aún podemos celebrar entre gritos infantiles un tren de juguete que entra y sale de una montaña de mentirijillas, nunca peor.