Mejores

José Varela FAÍSCAS

FERROL CIUDAD

11 oct 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

El crédito que me merecieron los seráficos pronósticos de que de la pandemia saldríamos mejores siempre fue escaso. La candidez casa mal con la realidad cotidiana, la que resulta de la suma de nuestras acciones o negligencias, esa realidad que siempre identificamos con el infierno sartreano: es cosa de los otros. Contrariamente a ese ingenuo deseo que cauterizó los momentos más agobiantes del confinamiento, lo que se observa es un perfeccionamiento de la doblez y la hipocresía, un salto de gigante en la desfachatez y el cinismo: véase Madrid, pero valdrían ejemplos más próximos sin salir de Galicia, para probar el descaro con el que se miente o se calla. La pandemia no es sino una oportunidad más para mirarnos en el espejo con luz y sin Photoshop. En fin, seguimos donde estábamos (en el mejor de los casos). En Ferrol, desde luego, con los problemas de siempre encallados. A veces, ni siquiera con la compasiva apariencia de que se intenta agitarlos, no digo ya resolverlos. Pareciera que las cansinas obras y proyectos que con desgana van cuajando lo hacen movidas por una enigmática vida interior, un micelio misterioso que hace aflorar de manera lánguida y espontánea y siempre ajena a la acción política esas modestas mejoras. El enquistado asunto de la violencia en las Casas Baratas ya es para el Ayuntamiento de Ferrol como el hambre en el mundo, como para los católicos el reparto de bienes o como para los socialistas la república: un lema tramposo y un pretexto: no va acompañado de una decisión y un compromiso. Ya he perdido la esperanza de ver un barrio de Recimil con una convivencia pacífica. No la certeza de dónde radica la responsabilidad.