«El muelle es un barrio auténtico y especial, de los que ya quedan pocos»

beatriz antón FERROL / LA VOZ

FERROL CIUDAD

CESAR TOIMIL

Fe Camarista vive, trabaja y tiene su corazón en Ferrol Vello, donde comanda un ultramarinos con medio siglo de vida y trabaja por el barrio como vocal de la asociación vecinal

28 jun 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Vaya por delante que quienes tienen su cuna y han vivido siempre al abrigo del barrio portuario no se consideran vecinos de Ferrol Vello, sino del «muelle». Lo desliza en medio de la conversación, de forma sutil pero contundente, Felicitas Camarista Casabella (Ferrol, 1964), vocal de la asociación de vecinos y propietaria del ultramarinos que fundaron sus padres, hace ya más de medio siglo, en la calle de la Merced. Fe es una mujer de armas tomar, luchadora y casi una institución en el barrio. Conoce a todo el mundo y todo el mundo la conoce a ella. Si una farola se rompe o el asfalto se hunde en un gran socavón, allí van todos a decírselo a Fe. «Yo siempre digo que mi tienda es como una sucursal de la Asociación de Vecinos, porque todo el mundo viene a darme las quejas para que yo haga de correveidile y se las traslade al presidente. Además, también es un poco confesionario, porque mucha gente me cuenta sus penas, aunque ese caso yo soy un tumba y sigo a rajatabla el consejo que siempre me daba mi padre: oír, ver y callar», comenta mientras saborea un café y apura un cigarro en la terraza del Sarga.

La familia de Fe procede de Alfoz (Lugo). Sus abuelos habían emigrado a Ferrol para fundar un taller de reparación de zapatos en la calle Magdalena, el Hospital del Calzado -que más tarde comandarían sus padrinos-, y ya en el año 1964, sus padres llegaron a la urbe naval. «Mi madre ya venía embarazada de mí y mi padre estuvo trabajando durante tres meses en Astano, pero no le gustó, y entonces le surgió la oportunidad de abrir una tienda-bar en el muelle», rememora Fe, que desde muy niña se familiarizó con las tripas del negocio.

De aquellos años guarda en la memoria una imagen de la zona muy diferente a la actual. «Mi infancia fue muy feliz, porque en el barrio vivía mucha gente, había muchos niños y siempre estábamos en la calle jugando. Además, había un montón de negocios, y la calle de la Cárcel, hoy Benito Vicetto, era como la calle Real», rememora con nostalgia.

CESAR TOIMIL

Fe recuerda que el declive llegó cuando cerraron sus puertas la Fábrica de Lápices, la Pysbe y otras industrias de la zona, mientras los vecinos hacían las maletas para mudarse a las viviendas sociales de Caranza y Tejeras. Con la droga y la prostitución el barrio tocó fondo, pero ahora Fe mira al futuro con optimismo y asegura que empieza a «ver luz al final del túnel». «Ahora es un sitio muy tranquilo, sin nada de delincuencia, y hay gente joven que le empieza a ver el atractivo, porque el muelle es un barrio muy auténtico y especial, de los que ya quedan pocos. Además, es un barrio muy unido, en el que todos nos conocemos y somos como una gran familia», dice Fe con verdadera pasión por el corazón medieval de Ferrol.

Las Ranitas

Aunque siempre ha sido muy guerrilleira, cuenta que su «conciencia de barrio» se despertó cuando las autoridades quisieron llevarse por delante la Fuente de las Ranitas para construir un tanque de tormentas como parte de la infraestructura del saneamiento hacia la depuradora de Ferrol. Fe participó en las movilizaciones y poco después entró en la Asociación de Vecinos. «Si hay que protestar, protesto, aunque siempre con educación, porque creo que para que un barrio avance hay que implicarse. El problema es que los políticos no escuchan. En las elecciones vienen con sus promesas, y luego se olvidan», dice sin querer casarse con ningún partido, aunque sin ocultar que siempre se llevó bien con los alcaldes a los que trató, «tanto con José Manuel como con Jorge».

Confía en que el Plan Rexurbe de la Xunta para rehabilitar edificios decrépitos y abandonados atraiga a nuevos vecinos al barrio. Y al nuevo alcalde le pide que «ponga bien las calles», sobre todo Espartero y San Francisco, castigadas por años de abandono. Para terminar, confiesa la devoción que siente por sus dos hijos y su nieta Candela -que es su «perdición»-, su pandilla de amigas y la vida en un pedazo del mapa ferrolano que no son solo calles y plazas, sino un auténtico hogar. «Mi barrio es mi vida».