«Con mi trabajo me tocó la lotería»

beatriz antón FERROL / LA VOZ

FERROL CIUDAD

A la vista queda que Jose no ha perdido ni la sonrisa ni la flexibilidad durante el confinamiento
A la vista queda que Jose no ha perdido ni la sonrisa ni la flexibilidad durante el confinamiento JOSE PARDO

Jose García Rey es uno de los pioneros del yoga en Ferrol, y tras casi veinte años dando clase, asegura que no lo cambiaría por nada: «Encerrado en una oficina no aguantaría ni un día»

21 abr 2020 . Actualizado a las 16:08 h.

Echa de menos el contacto con la naturaleza. Disfrutar del café y la prensa en el Lusitânia antes de subir a lo alto de la calle Concepción Arenal para dar sus clases de yoga. Pasear por la playa de Doniños y correr por su pinar. Y también dar abrazos a la gente que quiere. «Me da mucha pena, porque nosotros somos de cultura mediterránea, y aunque seguramente pronto podremos salir a la calle, yo creo que los besos y abrazos es algo que aún tardaremos tiempo en recuperar», dice resignado José García Rey, responsable de la escuela Yoga Ferrol y uno de los pioneros de la enseñanza de la milenaria disciplina de la India en la urbe naval.

Sin embargo, este ferrolano de la cosecha del 65 no pierde el ánimo estos días. Hablamos por el móvil, la única manera de hacer una entrevista en estos tiempos de confinamiento, y así, a través del hilo telefónico, me cuenta que está aprovechando el encierro para devorar libros -ahora está con Una historia de España, de Arturo Pérez-Reverte-, escuchar música y, por supuesto, seguir practicando asanas y ejercicios de respiración para no sucumbir a la tentación del sofá. «Por la mañana hago una sesión suave de media hora, y por la tarde, otra más cañera de sesenta minutos o más», cuenta este maestro formado en hatha yoga, yogaterapia y yoga dinámico, que estos días también cuelga vídeos de sus prácticas en Youtube para quien se quiera animar.

Jose García, asomado al balcón de su piso de la calle de la iglesia, frente a San Julián y el Jofre
Jose García, asomado al balcón de su piso de la calle de la iglesia, frente a San Julián y el Jofre JOSE PARDO

El pasado 7 de enero, día de San Julián, cumplió 55 años. Y por cierto, 55 años muy bien llevados. Su cuerpo es todo fibra y en menos de un pispás es capaz de marcarse una asana Hanumanasana, el spagat de toda la vida, con una pasmosa facilidad. «La verdad es que de los 40 a los 50 no noté demasiado el deterioro. Me encuentro muy bien y creo que todo se debe al ejercicio físico, a que soy muy metódico con los horarios de las comidas y el sueño y a que tengo un carácter optimista», desvela Jose.

Hijo de sastre y modista

Por tradición familiar, su destino podría haber sido fácilmente la aguja y el dedal . Su padre, Nicolás García, ya fallecido, comandaba una sastrería en el Cantón, y Herminia, su madre, trabajó toda la vida como modista, y hasta incluso ahora, con 90 años, sigue haciendo alguna «cosilla». Pero a Jose nunca le atrajo la confección. Sus padres no consiguieron contagiarle la pasión por el oficio, pero a cambio le enseñaron otra valiosa lección. «De ellos aprendí que con trabajo y tesón se puede conseguir casi todo lo que uno se proponga y también la importancia de ser humilde y no actuar con soberbia», dice con orgullo de hijo.

Esos valores le sirvieron para cumplir sus sueños. A los 15 años, de la mano de su hermano Nicolás, le cogió gusto a correr, y a los 23, tras abandonar los estudios y pasar tres años en la Marina, decidió regresar a las aulas para sacarse el COU, aprobar la selectividad y entrar en INEF, lo que en realidad siempre había querido. Una vez obtenido el título, trabajó durante varios años en la piscina de Caranza y también como profesor en el ciclo de Actividades Físicas y Deportivas en el ya desaparecido centro Dafonte, del que guarda un gran recuerdo. «Fue una etapa muy bonita, era como un INEF en pequeñito, y hacíamos un montón de actividades con los alumnos», rememora con cariño de su paso por la escuela de Mandiá.

La idea de dedicarse a la enseñanza del yoga llegó tras abandonar aquel centro. Y Jose, que ya llevaba años formándose en la discplina con maestros de Galicia y España como Danilo Hernández, acertó de pleno con aquella decisión. Durante seis años dio clase en locales sociales de la zona. Y en el 2012 se lanzó a la aventura de abrir su propia escuela, donde da clases de yoga, ofrece masajes ayurvédicos relajantes y organiza rutas de senderismo con los pupilos. «Con mi trabajo me tocó la lotería, porque no hay satisfacción más grande que ver que tus alumnos se van de clase mejor de como llegaron. Además, lo que gano me da para vivir y tengo bastante tiempo libre para mis aficiones», dice convencido. ¿Y si le ofreciesen un buen trabajo en una oficina? «¡Eso jamás! ¡Ni aunque me pagasen el triple! En una oficina no aguantaría ni un día».