A mí lo que más me divierte del Viaje en autobús de Josep Pla, es que todos los personajes hablan igual que él, y uno se encuentra conversaciones cultísimas de gente humilde como si se tratase de una escena de Amanece que no es poco. Ahora la alcaldesa de Vic nos cuenta que los catalanes tienen la costumbre de dirigirse en español a los que no tienen pinta de catalanes. Por ejemplo, si se encuentran a un hombre con barretina que va dando pasitos de sardana mientras se come unos calçots y una butifarra, presume que es de la tierra y le habla en catalán. Si por el contrario se cruza a Paco Martínez Soria con sus cestas de gallinas, su traje de pana y su boina, cruzando la Diagonal sin mirar, comprende que es español -madrileño de Villaconejos o aragonés de Tarazona, qué más da- y le habla en castellano.
Anna Erra -me imagino que en español Ana Era-, no deja de tener razón cuando ahora pide que a los extranjeros se les hable en catalán y no en castellano.
Había a mediados de los años setenta en Santiago un japonés que hablaba gallego y tocaba la gaita y, como yo, comía y cenaba en el bar Ferrol por ochenta pesetas diarias (para los jóvenes, cincuenta céntimos). Sería raro que en vez de eso tocara la botella de anís y cantara jotas aragonesas. Yo, que quieren que les diga, leo con bastante aprovechamiento al escritor citado al principio, y acabo de presentar allende los mares a Marta Orriols, novelista catalana en catalán, y la lectura de sus obras traducidas me ha emocionado. El idioma es inocente.