Bagatela

José Varela FAÍSCAS

FERROL CIUDAD

20 oct 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Las setas responden a la cita telúrica del otoño, para colmar la sosegada armonía de la estación en su plenitud. Pocos placeres se aproximan al de atisbar bajo la pinacha el sombrero de un edulis pugnando por descollar. A veces, el espigueo es magro y la cesta no alcanza a reunir más que un puñado de níscalos y algún boleto menudo. Aún así, podemos armar una cena frugal. Vean. Sobre el fondo de una sartén apenas humedecido de aceite de oliva, llovizne la picadura fina de un diente de ajo y una cayena pellizcada para que escueza pero no muerda. Cuando el ardiente cosquilleo del aceite haga bailar el ajo, vuelque las setas. Antes, sí, las habremos limpiado, no lavado, y troceado en porciones pequeñas. El calor pronto se ocupará de extraerles la savia y fundirla con los sabores huéspedes. Un periquete es suficiente antes de apartarlas. Batir el huevo hasta que se trabe con una cucharada de leche, que excitará su jugosidad. Derramarlo sobre una sartén pequeña ya al fuego y con el fondo pintado de aceite. Cuando la filloa cobre consistencia pero mantenga aún gelatinosa la parte superior, depositad sobre la diagonal del círculo el picado de setas. Cerrad sobre él, con la ternura con la que se emboza a un bebé en la cuna, las partes de la crepe libres y, al poco, con mimo para no quebrarla,volteadla para que se selle. Ya está. Repudiad las monsergas de maridajes y retad el sabor de la tortilla desde el alargado buqué de un sencillo ribera del Duero honesto pero firme, un humilde Semele, sin más. Fabulo con que una experiencia mística para levitar sería nevar sobre la corteza del huevo recién posado en el plato unas ralladuras de trufa, pocas, como la sal.