Fue el cofundador de formaciones tan emblemáticas como el grupo Los Players o la rondalla Bohemios
21 sep 2019 . Actualizado a las 09:04 h.La muerte de Manolo Pardo, prematura como lo son siempre todas las muertes, ha causado en mí un profundo dolor. Pierdo un gran amigo, uno de esos amigos que dejan tras de sí un vacío que no puede llenarse con nada, y en verdad creo tener derecho a afirmar que ahora, sin él, nuestro mundo (el mundo de la música ferrolana, que para nosotros también fue siempre una manera de existir) es inmensamente más pequeño de lo que antes era. No quiero dejarme llevar por la emoción, ni tampoco que me arrastren en exceso los recuerdos personales, pero tampoco puedo dejar de decir, porque es de justicia hacerlo, que Manolo Pardo, además de un gran músico, fue un ser humano excepcional. Y era, sobre todo, un hombre bueno. Un hombre bueno en el sentido más alto de la expresión, que era el que Antonio Machado le daba a la bondad en sus versos. Había nacido en el municipio de Abegondo, pero a todos los efectos ya era, por convicción, un ferrolano. Sus primeros pasos en el mundo de la música los dio junto a Mauricio Farto, cofundador de la mítica orquesta Bellas-Farto, su gran maestro. Y ahí comenzó su larga trayectoria, la de un artista repleto de sensibilidad y hecho a sí mismo. Una trayectoria que lo llevó a estar entre los cofundadores de Los Players (grupo del que era pianista y donde fuimos compañeros), y también a impulsar el nacimiento de la rondalla Bohemios. Funcionario de la Armada en el Arsenal (profesión que compaginó con la música siempre, a veces a costa de grandes esfuerzos), decía que aquí, en Ferrol, cantar era una manera de «ser feliz». Ahora él se nos va, pero nos queda su recuerdo, nos queda la música que compuso y nos queda su ejemplo. De alguna manera, Manolo seguirá aquí para siempre.