El perro que construyó una piscina

José A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL CIUDAD

11 ago 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

En la parte posterior de nuestra casa había, hasta hace pocos años, una huerta oxigenante, encajonada entre los edificios que la rodeaban. Una de las muchas que hay en Ferrol entre la calle del Sol, la última de las paralelas al mar, y el barrio de Canido. Pertenecía a una casa deshabitada y estaba descuidada, pero con dos o tres limpiezas al año, la huerta nos regalaba a los vecinos la sensación diaria de estar en plena naturaleza. Una palmera real presidía con su serenidad un terreno frondoso en el que crecían flores asilvestradas, árboles frutales, un limonero generoso, y una araucaria que ponía un toque de elegancia en aquel recuadro caótico. Pájaros de todo tipo añadían vida y bullicio a aquel ferrado y medio de naturaleza sin afeites. Pero este regalo natural desapareció. Nuevos propietarios, nuevas ideas: cortaron todo (sólo se salvó la palmera) y decidieron hacer una piscina. Como vecino, lamento la ausencia del verde y de los pájaros. Y, también como vecino, asistí, desde la ventana de la habitación donde leo y escribo, a la construcción, palmo a palmo, de esa piscina que tengo enfrente.

La obra empezó a principios del verano. Y en ese momento apareció el protagonista de este artículo: un perro joven, de raza Pastor alemán, con una planta esbelta y amistosa, que me tiene maravillado. Desde el primer momento, el perro asumió el papel propio de un encargado de obra, pues no se dio un paso ni se movió un ladrillo sin que él se enterase de tal movimiento. Diariamente, un obrero joven fue quien cargó con todo el trabajo. Pero era el perro quien lo recibía cada mañana, quien lo seguía atentamente en su faena de albañil y carpintero, quien lo acompañaba bajo el sol inclemente del mediodía. Su solidaridad laboral con el obrero fue absoluta. Lo saludaba con euforia al llegar, pero no volvía a molestarlo en toda la jornada. Cuando se iba, al atardecer, era cuando el perro asumía toda la responsabilidad de la obra. Por la seriedad con que lo hacía, tengo la impresión de que este ser viviente, encarnado ahora en perro, en otra vida anterior fue capataz de obras de una gran empresa, como Dragados o ACS. Al quedar solo, revisaba el trabajo realizado dando varias vueltas al borde de la piscina naciente. Controlaba si la carretilla y la pala estaban en su sitio, ahuyentaba a todo pájaro que se le ocurriese venir a ensuciar lo ya hecho, daba un paseo por toda la huerta, despacio, oliendo y observando todo lo que se había tocado, en una actitud que me recordaba a mi padre cuando, antes de retirarse a dormir por la noche, revisaba toda la casa para comprobar que no quedaba ninguna bombilla encendida. Y como es un perro serio, con la responsabilidad totalmente asumida, cuando los niños, hijos de los nuevos dueños, al final del día se acercan al hueco de la piscina todavía vacía, allí se planta él para apartar con su hocico a los dos más pequeños. Lo estoy viendo ahora mismo, cuando ya se acabó el trabajo del día, acostado y tranquilo, seguramente pensando en lo duro que es ser tan responsable, siendo tan joven. Por eso entiendo perfectamente la travesura que se permite cada anochecer: coge con la boca el recipiente metálico para beber agua que tiene al lado de la caseta, lo transporta varios metros y lo deja caer dentro de la piscina. Debe ser su manera de sacudirse tanta responsabilidad. Así lo entiende el obrero a la mañana siguiente cuando recoge el cacharro pacientemente…