¿Sabes qué era el misterioso y letal «fuego griego» empleado en el Imperio Bizantino?

Museo Naval FERROL

FERROL CIUDAD

Cedida

Sus elaboradores vivían aislados del mundo para asegurar el secretismo de la fórmula

27 jul 2019 . Actualizado a las 15:23 h.

El fuego griego era un arma incendiaria utilizada por el Imperio Bizantino pero existen estudios que apoyan la idea de que pudo ya ser utilizado por Arquímedes en el siglo II A.C, aunque su mayor uso y difusión se daría tras las primeras cruzadas (siglo XIII), como arma naval. Los bizantinos la utilizaban con frecuencia ya que era sumamente eficaz debido a que continuaba ardiendo aún después de haber caído al agua. ¿De qué estaba compuesta, entonces, esta misteriosa sustancia?

Su fórmula ha sido, quizás, el secreto militar mejor guardado hasta la fecha. Todavía hoy en día despierta la curiosidad de científicos e historiadores que tratan de desentrañar la lista completa de posibles ingredientes de esta sustancia viscosa que no solo era capaz de arder en el agua, sino que incluso lo hacía por debajo de ella.

El secreto trataba de protegerse tanto que los técnicos que se dedicaban a su elaboración tenían prohibido tomar contacto con el mundo exterior, y desvelar su composición estaba penado con la muerte. Recientes investigaciones nos hablan de: nafta (una parte del petróleo), azufre, quizás amoníaco, y algún tipo de resina como parte importante de sus componentes. Otros afirman que podría incluso llevar cal viva o nitrato.

Aunque fue un arma usada en tierra y mar, su capacidad para avivarse en contacto con el agua hacía de él la elección perfecta cuando la batalla se libraba en el mar. Debido a que el agua no podía emplearse para apagar las llamas, las crónicas relatan que se utilizaba arena, vinagre e incluso orín para extinguir el ataque de este fuego.

Era un arma de gran eficacia, causando grandes destrozos materiales y personales, y extendiendo, además, el pánico entre el enemigo. El temor supersticioso, que este arma infundía a muchos soldados, procedía de la creencia de que una llama que se volvía aún más intensa en el agua tenía que ser producto de la brujería. Al principio, el fuego griego era arrojado desde las embarcaciones bizantinas hacia la zona donde se encontraban los navíos enemigos. Sólo bastaba una flecha en llamas para que, tanto barcos como la superficie del agua, se convirtiesen en un infierno. No solo flotaba en el agua sino que además se adhería a su víctima (un efecto muy similar al napalm o gasolina gelatinosa). Con el tiempo, se fue adaptando a catapultas y herramientas de asedio y, posteriormente, fue «inventado» el primer lanzallamas de la historia. Se utilizaba un bastón con forma de garra conectado a un tanque con la sustancia mediante una manguera. Al acercarse el barco enemigo, un sistema manual hacía de bomba y por la garra del bastón salía una lluvia de fuego griego que, se prendía con una antorcha. Los marineros bizantinos también iban pertrechados con una especie de recipiente cerámico de pequeño tamaño relleno de la mezcla incendiaria. Se trataría de un primer antepasado de nuestra actual granada de mano, y servía para lanzar la fórmula a un punto concreto de la embarcación enemiga.

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