Belleza natural

José A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL CIUDAD

21 jul 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Desde hace mucho tiempo sé que los mejores paisajes que yo pueda contemplar y disfrutar tienen que tener un río. Grande o pequeño, rápido o lento, pero un río, con toda la vegetación y presencia animal que le son propias. Sé que hay mucha gente, nacida al lado del mar, que lo añora si está mucho tiempo lejos de él, falto de esa sensación de inmensidad y de misterio que transmite. Sin embargo, no me consta que haya tantos que echen en falta, en la misma medida, el paisaje amable y familiar de los ríos gallegos. En mi caso, se produce un doble afecto: me gusta el mar, porque vivo al lado de una ría hermosísima, que se protege del Atlántico abrazando con delicadeza la ciudad. Pero añoro la humilde y húmeda presencia de esos ríos que le dan vida y movimiento al paisaje. Lo que pasa es que nunca se borró de mis retinas ni de mi mapa sentimental el paisaje con río de mi pueblo: un río al que los celtas pusieron nombre y que los romanos supieron utilizar para alcanzar el mar de Noia. Por eso, cada vez que me acerco hasta su orilla, siento la emoción de siempre, intensificada ahora por la lejanía y la ausencia.

Sin duda, mi querencia fluvial arranca del medio en donde nací, pero, en realidad, ningún río me es indiferente. Cuando me vine a vivir a Ferrol, mi necesidad de ver, oler y vivir el río, me llevó a hacerme pescador. Era una disculpa estupenda para pasar unas horas de ocio a orillas de esa agua que fluye madurando teorías filosóficas. Mi favorito era el río Xuvia, con parajes bellísimos, con molinos sorprendentes, con cascadas armoniosas y con truchas según decían otros pescadores, porque a mí se me negaban con una tozudez innegociable. Sólo una vez llegué a casa con un número presentable de truchas: fue cuando Miguel, un ribereño del que me hice amigo, me dejó al cuidado de sus vacas en el prado, y él se puso a pescar para que yo pudiese justificar mi afición de pescador. Curioso: Mi mejor día de pesca fue el que estuve apacentando vacas…

Recuerdo toda esta querencia personal por los ríos porque acabo de hacer un recorrido por la ribera del Belelle. Una ruta recomendable para cualquiera que tenga ganas de disfrutar de la naturaleza. Es un homenaje a los sentidos, es saludable, está aquí al lado y todavía mantiene su intimidad. Sigue siendo un río humilde, alejado del ruido turístico, a pesar de la gran importancia que tuvo para Ferrol y su comarca: la primera traída de agua potable para la ciudad departamental se hizo desde este río. Sus aguas, en el siglo XVIII, fueron declaradas las mejores del país para el lavado del velamen de los buques, porque después la blancura de las velas era resplandeciente. Un siglo más tarde, el médico humanista Santiago de la Iglesia, después de los análisis bacteriológicos pertinentes, recomendó estas aguas saludables porque su pureza era beneficiosa para la piel humana.

En este recorrido vespertino por el Belelle uno disfruta de la paz y el sosiego que aporta el paisaje que lo acompaña, lleno de laureles, robles, pinos y abedules; se sorprende con la canción suave que va tarareando el agua del río, en su camino hacia el mar. Pero este río humilde también tiene su carácter y su rebeldía, pues llega a despeñarse en una espectacular fervenza de 40 metros, regalando una imagen hermosísima, mezcla de perlas que salpican el entorno, espuma cristalina y ruido rotundo y uniforme. Ya Otero Pedrayo nos lo advirtió: «Unha das paisaxes con maior emoción de Galicia».