Chuletón vasco

JOSÉ A. PONTE FAR VIÉNDOLAS PASAR

FERROL CIUDAD

13 jul 2019 . Actualizado a las 20:02 h.

La palabra «táper» es la adaptación en español del anglicismo «tupper», y designa una tarrina, normalmente de plástico, que sirve para guardar algún tipo de alimento. Viene a ser la versión moderna de un precedente legendario en España que se llamaba fiambrera, utensilio tan útil como desprestigiado porque era el recipiente en que los obreros llevaban la comida del mediodía a su trabajo en el campo o en el andamio. En Ferrol, el nombre aún se degradó más para convertirse en «caldereta», acoplándose al nombre de «lefre», que era el apodo guasón con que se referían en los astilleros al trabajador no cualificado. Y así, «lefre de caldereta», era el obrero que comía, en los portales de las casas del centro de la ciudad, lo que su mujer le metía en el susodicho recipiente. Fenómenos raros en los que la semántica ahonda en la lucha de clases…

El caso es que esto de llevar comida en un recipiente nunca estuvo bien visto entre nosotros. Por eso a muchos nos pareció muy buena la ordenanza de la Xunta que obliga a los restaurantes a poner a disposición del cliente un táper para llevar la comida que ha quedado en la fuente. Es una forma de dar normalidad a algo que, en el fondo, a una gran parte de la clientela de los restaurantes, en especial a los que ya tenemos una edad, nos daba un cierto reparo vergonzoso. La timidez del gallego y el qué pensarán los camareros y los de la mesa de al lado era un freno a esta petición absolutamente lógica y normal. Por una vez, la decisión de unos políticos nos solucionó un problema de respeto social, porque hoy lo de salir de un restaurante con un táper con comida es una escena que ya no sorprende a nadie.

Bueno, aún genera sus problemas. Según leo en Internet, los vascos siguen teniendo conflictos con el artilugio. Los camareros de un restaurante de Bilbao tuvieron que entregar un táper a un cliente vasco porque fue incapaz de comer todo el contenido de la ración servida. El camarero que atendió esta petición pensó que era una broma. Nunca antes un vasco había pedido en ese local una cosa semejante. Pero era cierto, el camarero asistió con vergüenza a la confesión del cliente de que no conseguía acabar el chuletón. Trató de hacer entrar en razón al atribulado comensal, diciéndole que se podían enterar los demás comensales del salón y que podían hacerle sentir un bochorno muy duro para su autoestima de hombre vasco. Es que le quedaba en el plato casi medio chuletón y muchas patatas, y eso que ya había pedido una pieza pequeña, con un peso de 1.200 gramos nada más. El camarero insistía en que tenían táperes, pero eran para alguien de fuera, turistas españoles o extranjeros, pero que nunca se lo había pedido ningún vasco… «Así que, tómese el tiempo que necesite, pero no nos deje quedar mal también a nosotros… Nos puede arruinar el negocio. ¡Qué diría la competencia!» El cocinero, que observaba estupefacto la escena, comentó con su ayudante que cuando vio la nota de pedido y comprobó que pedía la carne muy hecha, ya empezó a dudar de la capacidad gastronómica de ese cliente por muchos apellidos vascos que tuviese. Y no quiso vino, apuntilló el sumiller, sólo agua con gas. Al poco tiempo, todo el mundo estaba pendiente del plato de hombre, que se debatió durante un rato entre la duda de seguir adelante con la idea del táper y arruinar su prestigio, o provocar una indigestión seria con lo que quedaba en el plato. Acabó haciendo un esfuerzo para no dejar mal a la raza.