Un barrio con vistas

José Picado

FERROL CIUDAD

23 jun 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Durante los primeros días desde su llegada a Ferrol, en diciembre de 1906, Wenceslao Fernández Flórez se dedicó a pasear por la ciudad para conocerla. Una tarde llegó hasta un «cinturón de murallas parduzcas, remendadas con vallas, agujereadas por brechas… Cerca divisé desde un recodo unos pequeños muros blanqueados, una verja, algunas cruces negras coronadas de plantas trepadoras. Más allá, sobre la puerta grande, como un simbolismo de la que todos hemos de franquear, leí una leyenda sentida: Venid a meditar. Venid a aprender la ciencia de morir».

Wenceslao tenía 21 años y se definía como un escritor impresionable, sensible y novelero. Ni que decir tiene que la frase dieciochesca de la puerta principal del cementerio de Canido le impactó, hasta el punto de dedicarle un artículo de prensa días más tarde. Pero más, si cabe, le impactaron las vistas que había desde ese cementerio ilustrado (hoy sería, dicen los historiadores, el segundo más antiguo de España). Desde lo alto de Canido, al pie del cementerio, Fernández Flórez contemplaba una playa fangosa que descubría la baja mar, en una ría de aguas mansas que a veces parecía un lago, en un «golfo diminuto, adorable y sombrío». Y es que nuestro Canido ferrolano, ese que en los legajos del siglo XII custodiados en los archivos mindonienses figura como Villa de Canito es, además de un barrio noble, un barrio con vistas.

Hay otros canidos y canides en Galicia, ya que así se llaman los promontorios salientes al mar dentro de una ría o bahía. Ustedes conocerán los canidos de las rías de Vigo o de Oleiros, en A Coruña. Pero ninguno es un canido alto, grande, poderoso, que domina la ría de tal forma que desde todos sus rincones tiene unas vistas envidiables. Tan alto que allí se construyeron los molinos de viento y se instaló el depósito de agua para abastecer la ciudad. Tan despejado que la sirena de la Fenya se oía en todo el barrio y más allá.

Tan poderoso que los chalés indianos se construían con torres-miradores, para tratar, en días despejados, de ver las tierras del otro lado del océano. Y tan inexpugnable que se le hacía imposible subir sus cuestas al carro de las gaseosas Los 15 Hermanos tirado por un caballo flacucho o, años después, al bus número 4 que, llegaba tan renqueante, que el chófer apagaba su motor para que tomara aliento antes de bajar a una nueva ruta.

Porque desde Canido se tenía que bajar, naturalmente. Los mayores decían aquello de que bajaban a Ferrol, a hacer alguna compra. Y se bajaba al Rena, el cine de cabecera. O se bajaba a Copacabana, al Baluarte y al Muelle. Y se bajaba a la biblioteca del Ayuntamiento, o al cine Avenida, los domingos. Era lo que tenía vivir en un barrio alto, con vistas.