La espora

José Varela FAÍSCAS

FERROL CIUDAD

16 jun 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

La latencia es el estado más prolongado de la vida de los libros. Creados por un impulso emocional, a veces una explosión, o aun por un afán sosegado o largamente macerado, están condenados a un indeterminado sueño apretujados en un anaquel. Despiertan del letargo cuando una mano los toma para que la mirada del lector, al barrer sus páginas, línea a línea, frote su interior como Aladino refregaba su lámpara y, como en el cuento de Las mil y una noches, brote la magia y se alumbre el manantial de las maravillas. Es el trance en el que del libro fluye un gas misterioso, como polvo de polen invisible o esporas inapreciables, que envuelve al lector y lo impregna por una suerte de ósmosis o capilaridad. A veces esas partículas se alojan, abandonadas, en las ranuras más íntimas del cerebro. Solo algunas, por enigmáticas razones, resucitan inesperadamente y desencadenan el irrefrenable estímulo de tomar otra vez el libro, que reclama una nueva lectura. No sabemos por qué -a salvo de los textos que cada cual frecuenta por placer o necesidad- se nos va la mano a títulos que en su día juzgamos banales o de escaso interés. Por un dichoso azar volví a A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España, para redescubrir, a mi edad, a Chaves Nogales. Además de héroes, bestias y mártires, hoy habríamos de añadir amnésicos, papanatas y desmemoriados: encumbramos, merecidamente, a Talese, Mailer, Capote o Wolf como hitos del nuevo periodismo y relegamos, por estupidez o autoodio, a periodistas como Chaves Nogales, a quien regresé después de tantos años y, lo reconozco, por puro azar. O, tal vez, por el germen de una mínima espora inoculada en la primera lectura.