Julia Uceda: «Ahora releo a Tolkien, me fascina»

FERROL CIUDAD

ÁNGEL MANSO

Premio Nacional de Poesía en el 2003 y Medalla de Oro al Mérito en Bellas Artes, a sus 93 años la sevillana afincada en Ferrol dedica la mayor parte de su tiempo a los libros y a sus recuerdos

25 abr 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Aunque Julia Uceda pasó un buena parte de su vida, ejerciendo la docencia universitaria, en Irlanda y en los Estados Unidos de América, y a pesar de que desde hace largos años reside en Ferrol -en el valle de Serantes-, allí donde ella está siempre parece un poco Sevilla. Esa Sevilla en la que nació en 1925 y en la que, siendo todavía muy joven, comenzó a tomar conciencia de que la poesía nos acerca al inmenso misterio que nos rodea... pero no tiene explicación posible. «Sigo escribiendo», dice Julia Uceda, que vive en ese rincón de Ferrolterra, un poco mágico, en el que Gonzalo Torrente Ballester decía haber visto, de niño, la Edad Media. «Escribir, sí escribo -explica la autora de En el viento, hacia el mar-, pero no pensando en publicar otro libro. Digamos que no he dejado de escribir».

La expresión hacer versos, tan socorrida, no le ha gustado jamás a Julia. Lo que ella hace (e insiste mucho en ello, no se cansa de repetirlo) no son versos, sino poesía.

«Te vas a reír -comenta-, pero ¿sabes a quién estoy releyendo estos días...? ¡A Tolkien! Y te parecerá extraño, pero ahora me fascina. No sabes cuánto me interesa esa luz que se busca en su libro. Es la luz de un pasado distinto». «El mundo de Tolkien es muy complejo, mucho -añade Uceda-. Basta con fijarse, simplemente, en los viejos pueblos que se dan la mano en el universo que su obra describe, en el lugar del que vienen sus libros. Me pregunto qué pretendía, en el fondo, Tolkien al escribir su obra. ¡Ya me gustaría saberlo y poder decirlo...!».

Sigue muy activa. Fue una de las promotoras, hace más de veinte años, de los premios Esquío de poesía. Fue premio nacional en el 2003, y recogió el año pasado la Medalla de Oro de las Bellas Artes de manos de los reyes. Desde su casa de Serantes, ella reflexiona constantemente sobre el difícil oficio de existir. Y llega a la conclusión de que no es poca cosa llegar a conocerse a uno mismo. Y de que difícilmente podremos comprender eso a lo que llamamos realidad. «No sabemos a dónde vamos, ni sabemos tampoco de dónde venimos», dice la poeta.

En los últimos días se muestra especialmente triste por lo sucedido en París; el incendio de la catedral de Notre Dame le ha causado un profundo dolor, que solo se vio parcialmente mitigado cuando, tras una larga búsqueda, logró encontrar, entre sus libros y sus papeles, un viejo cuaderno manuscrito: el diario que escribió, hace años, durante una larga estancia en la capital francesa. «No sé lo que ocurre con nuestro mundo, que está perdiendo tantos valores, pero algo no marcha bien», insiste. «Tendríamos que aprender de los árboles -dice-. Ellos, en silencio, se entienden mejor que nosotros, y se ayudan entre sí, extendiendo sus raíces bajo tierra».

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