Marzo es el mes tercero

Gonzalo Trasbach
Gonzalo Trasbach (IN) SOMNIUM

FERROL CIUDAD

matalobos

17 mar 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Estamos en marzo. Con este mes es tres. Brotan las hojas en las labores de las vides. El cuerpo de la primavera se despoja de su abrigo, pero se compra un paraguas nuevo en el mercadillo. Sabe que detrás viene abril, el de las lluvias mil, «el mes más cruel, criando lilas de la tierra muerta, mezclando memoria y deseo, removiendo turbias raíces con lluvia de primavera», según dice T.S. Eliot. No sabemos si marzo es el mes de las horas de púrpura, pero sí que es el tercero en el calendario, el mes en el cual los relojes se paran durante una hora para que la oscuridad tarde un poco más en caer sobre el hueco de la escalera, lugar donde a ella la luz le asciende por los muslos arriba. Envuelta en esa sedosa luz del atardecer, la encuentro aún más atractiva.

Este es el mes en que las sombras son de hojas recién nacidas y de atareados y ocupados pájaros menudos. Este es el tiempo en el que nos sentamos contentos bajo árboles torcidos y semidesnudos, indecisos, porque están entretenidos meditando en sus pérdidas y ganancias múltiples. Se está haciendo de noche. Los cuervos buscan altas copas para hacer sus camas. Mientras nosotros entramos en casa y la iluminamos, a la vez que también quisiéramos ser como árboles de raíces profundas y chupar de todos los metales y sales de la tierra, para así reflorecer cada tercer mes del año.

En este mes tercero se cumplen cinco años desde que visitamos por última vez Lisboa. Aquel día, el sol llameaba cuando salimos de casa. Tú llevabas los pendientes que te había regalado en nuestra luna de miel y los ojos ocultos tras unas gafas negras. Escondías tu emoción. Porque sabes que Lisboa siempre nos llama, nos llama pronunciando nuestros nombres. Y siempre nos recuerda la ensenada del Tajo, las tabernas de Caçilhas y los transbordadores que cosen las dos orillas del esteiro. Lisboa siempre nos llama con la boca oliendo a Ginjinha... En aquellos días, tú dormías a mi lado fresca como los amarillos pétalos de los lirios en el borde del río.

¿Acaso no es este el mes de los pájaros? Escogen parajes y sitios y acarrean los materiales para construir los nidos para sus hijos. Pensemos en la oropéndola: trenza su mansión en la punta de las ramas, emplea horas y horas en un meticuloso trabajo que finalmente debe recibir la aprobación de su pareja. En el tercero de los meses, la rana abandona el agua, se desviste, extiende la tolla en la hierba y croa mientras toma el sol. Ni podar ni cortar árbol alguno se puede en este mes tres. ¿Os acordáis compañeros de la infancia? Este era el tiempo en que sacaban a las vacas de las cuadras y las soltaban en las leiras sin labrar, donde llenas de alegría brincaban hasta agotarse («esturriaban», decíamos). También soltaban a las yeguas en los prados y mantenían a los garañones atados a fuertes palos.

En este mes, cuando se cambia la hora, las chimeneas paran de humear. Asistimos a la pugna entre la luz y las tinieblas y se cierra la temporada de caza: salen ahora de sus guaridas los animales de la invernía. Abandona el guarda su choza en el bosque para vigilar los cauces de los ríos, donde las truchas duermen plácidamente en las aguas verdiplateadas, mientras los pescadores afilan sus anzuelos y preparan sus carnadas. Vamos al entierro del invierno y celebramos el nacimiento de la primavera. Los patos salvajes emigran hacia el norte, mientras cornejas y urracas empiezan a edificar.

Este es el mes que abre la puerta de lo invisible para que aparezca el animal más salvaje de lo visible: la luz, una luz que nos invita a llamar a las cosas por su nombre al modo de Pound: el buen soberano se rige por la ley de la generosidad para con sus súbditos, mientras que la avaricia y la imposición de impuestos gobiernan el corazón de los tiranos.