Lingüística ferrolana

José Antonio Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL CIUDAD

10 mar 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Esta semana leímos en este periódico un artículo curioso, cuyo título utilizaba una frase muy familiar para los ferrolanos. El articulista confesaba su asombro cuando escuchó que una amiga gallega (él no lo es), después de cenar y tomar una copa, se despedía del grupo diciendo: «Me voy a echar el polvo». No especifica en qué lugar de Galicia ocurren los hechos, pero no sería nada raro que la escena sucediese en Ferrol o que la mujer fuese ferrolana. No sé si esta expresión polisémica se utiliza también en otros lugares de Galicia con el sentido doméstico de bajar la basura al contenedor, que es con el que lo dijo la chica, pero sí sabemos que es en Ferrol donde se ha generalizado su uso y donde se emplea con total normalidad. También esta fue una de las frases que más me llamó la atención cuando se la escuché a la señora mayor que regentaba la pensión en que viví mi primer año en esta ciudad. Entendí de inmediato la acepción correcta, pues la otra, la erótica, resultaba totalmente inapropiada y fuera de lugar. Con el paso del tiempo la he incorporado al léxico habitual entre vecinos, lo mismo que otras palabras y frases que forman parte de esa forma de hablar tan peculiar que Torrente Ballester denominó «lenguaje ferrolano».

El autor del citado artículo, después de mostrar su sorpresa por la frase de marras, especula sobre el origen de la expresión e intenta explicar su origen. Argumenta que la gente elegante del siglo XIX llevaba rapé -polvo de tabaco, que se esnifaba por la nariz- en unas cajitas de plata, y que en sus reuniones sociales siempre había alguien que se ausentaba unos momentos del grupo, disculpándose con «voy a echarme un polvo».

Es posible que este pueda ser el origen de la frase en el resto de España, pero en Ferrol tiene una motivación absolutamente doméstica. Antiguamente, la bolsa que se bajaba a la calle para ser recogida por los trabajadores de la limpieza contenía, básicamente, el polvo que se sacaba de los muebles y pisos de madera, con polvero y recogedor, pues la parte orgánica de los desechos de comidas se guardaban en un cubo hasta que venía a recogerlos una señora de los alrededores en un carro para alimentar a sus cerdos.

De ahí lo de «echar el polvo», porque realmente solo era eso, la capa de partículas que se depositan sobre los objetos. Por supuesto, su popularización se hizo sin ningún doble sentido.

Y soy consciente de que esta explicación semántica puede pecar de inocente en un pueblo como este, muy dado a los motes, sobrenombres y alusiones pícaras e ingeniosas. Un rasgo típico de esta ciudad. Ya Torrente Ballester dejó constancia de ello en algunas de las muchas páginas que escribió sobre Ferrol.

Cuenta que en la calle Real había un señor que todos conocían por «Picha de oro», por ser el padre de siete hijas muy guapas. Por la misma calle se paseaba una mujer alta y esbelta, con un caminar armonioso e insinuante, a la que llamaban «El glorioso Movimiento». O aquella señora de la que decían que «tenía cuerpo de pecado y cara de arrepentimiento», que salía a pasear con «Parlebú», uno que había sido emigrante en Francia.

En definitiva, un muestrario enorme, lleno de ingenio y ocurrencia. Pero mi frase favorita sigue siendo aquella sentencia de uno de Bazán, la mañana siguiente de haber sido asesinado Kennedy. Café Derby: alguien pregunta si se sabe por qué lo mataron. La respuesta es genial y contundente: «Porque foi a Dallas… e levounas».