El inconformismo del genio

José Antonio Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL CIUDAD

17 feb 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Esta semana, en el Campus de Ferrol, con motivo de la presentación de un libro (Memorias da árbore da noite triste, de Fátima Rey), que recrea la última noche con vida de Valle-Inclán, se habló del gran escritor arousano. Esa noche fue la del 4 al 5 de enero del año 1936, que es cuando muere don Ramón en un sanatorio compostelano. Como los elefantes viejos, quiso volver al centro de su mundo gallego, Santiago, donde hizo el aprendizaje de su vida mundana y bohemia, cuando se matriculó en la carrera de Derecho que le había impuesto su padre y que, muerto este, abandonaría de inmediato. El rigor que requiere el estudio de las leyes no iba con su talante creativo y aventurero.

A mí, personalmente, lo que más me gustó siempre de Valle-Inclán, además de su extraordinaria calidad literaria (dejó dicho Antonio Machado que «nadie ha escrito en castellano, hasta nuestros días, de modo tan perfecto y acabado como don Ramón del Valle-Inclán»), fue su radical inconformismo, asumido tanto en su talante personal como en su literatura. Como hombre, este inconformismo le fue marcando un comportamiento que oscilaba entre la excentricidad, la exquisitez, la generosidad y lo paradójico. Todo ello le proporcionaba una personalidad propia e intransferible. El general Primo de Rivera, que fue objeto de críticas feroces por parte de Valle-Inclán, lo definió acertadamente como «un eximio escritor y un extravagante ciudadano».

Ese inconformismo de su carácter estaba muy cerca de la rebeldía ante todo lo establecido y lo ordenado por alguien. Su carácter rebelde afloró ya muy pronto, cuando era un niño. Tenía que hacer la primera Comunión, y su madre quería que fuese vestido de marino, con un traje blanco impecable. Él se oponía, decía que iba a hacer el ridículo. Lo vistieron como querían en casa, pero de camino a la iglesia de la Pastoriza, aprovechando un charco de la lluvia en la calle, hizo como que resbalaba y se dejó caer en él, mojando y manchando el traje impoluto. Hizo la primera comunión al día siguiente, en misa de ocho, con un pantalón de pana, acompañado solo por su abuela.

Ese inconformismo es el mismo que muestra como escritor, y que le ha llevado por caminos personalísimos de la literatura. Tanto como novelista, como poeta, como periodista y, sobre todo, como dramaturgo, Valle-Inclán es un escritor inclasificable en cuanto a la adscripción a movimientos estéticos concretos e, incluso, a géneros literarios tradicionales. Se apartó del concepto de teatro que existía en su época, dominado por el estilo de Benavente que conseguía grandes éxitos, y escribió unas obras que se consideraban irrepresentables. Tuvo que pasar bastante tiempo para que dramas como Las comedias bárbaras o los Esperpentos comenzasen a verse como obras de teatro y no como novelas dialogadas.

Con las técnicas mecánicas que se fueron incorporando a los escenarios, todas estas obras pudieron representarse y el público las acogió con gran éxito.

Lo que ocurrió, pues, es que el teatro de Valle-Inclán se adelantó a su época. Él fue, realmente, el precursor del teatro innovador y vanguardista que se acabará imponiendo en Europa en los años 40 del siglo pasado.

Y los gallegos no debiéramos olvidar que Valle-Inclán escogió esta tierra para su última morada, y, sobre todo, que en su obra, escrita en castellano con curvas gallegas, está la historia, la antropología y la realidad sociocultural de Galicia.