Oficio de vivir

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL CIUDAD

19 ene 2019 . Actualizado a las 00:10 h.

No sé si a alguno de ustedes también le pasa, pero yo siempre he sentido verdadera fascinación por la colombofilia y por la colombicultura, que como nadie ignora son, respectivamente, la cría y el entrenamiento de palomas mensajeras y de palomas de fantasía (mayormente de palomos de buche, en el segundo caso). Hace años que, por desgracia, ya no tengo palomas -aunque, por suerte, nací en una casa en la que, además de palomas, había gallinas de diferentes clases, patos, conejos, pavos, ovejas, cerdos, perros, gatos, una pareja de lechuzas, también un periquito durante un tiempo y, hasta poco antes de mi venida al mundo, tres o cuatro vacas y un caballo-, y la verdad es que las echo de menos. Tanto las mensajeras, que desafían mil peligros para volver a su palomar desde cientos de kilómetros de distancia, como todas las de fantasía, en especial las volteadoras, que hacen verdaderas acrobacias, y las ya mencionadas buchonas, que tienen la chulería de un gallo. Llega un momento en la vida en el que uno se da cuenta de que las cosas verdaderamente importantes, las que nos hacen felices, no tienen nada que ver con los sueños inútiles que uno alimenta desde la juventud. De jóvenes todos tenemos un gran concepto de nosotros mismos, y por eso creemos que estamos llamados a alcanzar metas muy altas, como con cierto humor recuerda Benedicto XVI en su último libro de conversaciones con Peter Seewald. Pero el tiempo, a pesar de cansarnos los ojos, hace más lúcida nuestra mirada. Y nos enseña a agradecer los milagros de la creación, además de ayudarnos a comprender qué inmenso regalo es la vida, aunque las tristezas casi nunca falten.