«Todavía no sé por qué bebo, pero tengo claro que el alcohol me gana»

Álvaro Alonso Filgueira
ÁLVARO ALONSO FERROL / LA VOZ

FERROL CIUDAD

JOSE PARDO

La Voz entra en una junta en la que se habla sin tapujos de una enfermedad «incurable, mortal y progresiva»

16 ene 2019 . Actualizado a las 10:27 h.

¿Cuánto lleváis sin beber? «Solo por hoy». Está escrito, negro sobre blanco, y enmarcado en la pared. Lo repiten como un mantra, pero saben que no les queda otra que ir día a día. Manuel, Margarita y María forman parte del Grupo 24 Horas Alcohólicos Anónimos Ferrolterra. Al entrar en la sede, en el número 49 de la calle Cuntis, sorprende casi todo. La disposición de las sillas, todas de bar, con publicidad de agua. Al fondo, una mesa y el atril, porque estos alcohólicos anónimos son «como los de las películas americanas». Y también llama la atención la neblina procedente del humo del tabaco, con un buen número de ceniceros. En la pizarra se especifican los horarios, así como los responsables de la coordinación, la cafetería -también sobran café y Coca-Cola-, las tazas o el teléfono.

Suena la campana. «Mi nombre es Manuel y soy un enfermo alcohólico». Suena la campana un par de veces más. En este lugar, explica, los usuarios «comparten su mutua experiencia, la fortaleza y la esperanza para poder resolver su problema común y rehabilitarse del alcoholismo». A continuación, Manuel habla de Bill y Bob, cofundadores de la asociación y, como tantas veces ha hecho, cuenta su historia. «Yo le tenía miedo al alcohol. Sabía que si bebía, volvía mal. Sin embargo, no podía dejar de beber», explica. «Bebo por el efecto. Yo una vez que tomo la primera copa, estoy desarrollando la siguiente borrachera», añade. Manuel define el alcoholismo como una enfermedad «incurable, progresiva y mortal».

En su caso, como otros muchos, todo empezó para desinhibirse y quitarse la vergüenza para conocer a una chica, en su juventud. «Era mi muleta. Y como lo hacía todo el mundo, no lo veía como un problema», recuerda. Sin darse cuenta, se vio en el quirófano, por una válvula del corazón, a los 24 años. A partir de ahí, pasó dos años sin probar el alcohol. Pero cuando volvió, lo hizo enlazando tercios, copas, tabaco y cocaína. «Como sigas así, la vas a palmar», se dijo, pero continuó once años más, hasta que entró por la puerta de alcohólicos anónimos de A Coruña, un día a las tres de la mañana, «como un fracasado». «Y, por fin, encontré a alguien que hablaba mi idioma. Nadie es quién para decir cómo dejar de beber, pero sí para explicar cómo lo consiguió», concluye. Ahora, con 42 años, es el coordinador en Ferrol. 

Una recién llegada

Rematado su turno, llama al estrado a María, que tiene 48 años y entró por la puerta hace mes y medio. «Soy una enferma alcohólica. ¿Cómo estoy y cómo lo llevo? ¡Pues muy bien!», dice para empezar, desde el atril, con entusiasmo. Explica que «ahí fuera», cuando comete un error, se siente muy mal, ya desde niña, cuando era una lectora compulsiva, perfeccionista y muy buena en los estudios. Todos los temores los palió con el alcohol. «Todavía no sé por qué bebo y por qué no, pero lo que tengo claro es que el alcohol me gana», expresa.

Una mujer de su edad «no es la típica persona borracha», pero ella lo fue. «Una mujer tiene que ser buena en su trabajo, hacer la compra, tener la mejor paella para los domingos y arreglarse. Me sorprenden las amigas que lo consiguen, pero para hacer cincuenta cosas a la vez, una alcohólica como yo necesita una copa. ¿Una copa? ¡Necesito cinco litros de vino!», relata. Al principio era «una copita para ayudar a pasar la aspiradora», pero cuando se dio cuenta, estaba «borracha perdida un domingo por la tarde».

«Me levantaba por la mañana para ir a trabajar y lo primero que hacía era abrir el armario y contar cuántas botellas tenía», rememora. Nadie en su trabajo sabe que acude a este lugar, en el que lleva muy poco tiempo y está aprendiendo. El pasado martes dejó de tomar pastillas y dio un paso más en su recuperación: «Por primera vez en mi vida duermo de verdad. Una cosa es dormir y otra descansar, y ahora hago lo segundo».

Después de María, se sitúa en el atril Margarita, que durante más de veinte minutos habla, igualmente, de cómo llegó hasta aquí. De pequeña se le volvió en contra «ser el patito feo y crecer en una familia tradicional». Pero en el instituto, los vaciles acabaron después de beber su primera copa, con 16 años. «Le di un beso al chico que me gustaba», rememora. Más adelante, después de que su familia rechazase que fuese enfermera, pasó a ser militar. Y una cerveza en el vagón bar, rumbo a Cartagena, hizo renacer su alcoholismo.

«Había fracasado»

Aunque durante dos años, pudo dejarlo, en ese tiempo se le unió cuidar a su madre, enferma de cáncer, a su hijo, y convivir con un maltratador. Y cuando llegó al tanatorio, para despedir a su progenitora, volvió a agarrar una cerveza. «Había fracasado», señala. Logró dejar a su pareja e irse a un hotel; más tarde, a un piso, pero el alcohol, con un niño y una niña a su cargo, no desapareció. Entre esa desesperación, intentó suicidarse. Pero en medio de esa tortura, aparecieron los alcohólicos anónimos. «Me dijeron: “Nunca vas a estar sola”. Me reí por primera vez, tuve esperanza. Estoy conociendo a la Margarita que nunca conocí en la vida. Antes me sentía una fracasada, ahora me siento una ganadora. Seré alcohólica toda la vida, pero sé que la forma de dejar de beber es estar en este grupo. Felices 24 horas», concluyó Margarita. Así sea.