«Mi pareja me hizo conocer el terror»

FERROL CIUDAD

JOSE PARDO

El padre de los hijos de esta ferrolana maltratada la obligó a cambiar de trabajo y diseñó una casa para tenerla controlada

25 nov 2018 . Actualizado a las 18:20 h.

«A día de hoy, después de una lucha terrible, mis hijos y yo somos muy felices». Este es el final, o al menos el momento actual, de la historia de María -nombre ficticio-, una mujer maltratada que pasó por la premiada Casa de Acogida de Ferrol, ciudad donde nació. Su vida en A Coruña, donde vivía, era normal. Nunca había tenido ningún problema, tenía una casa preciosa y estaba a gusto en su trabajo. Sin embargo, cuando tenía 37 años, con un traslado al extranjero de por medio, todo empezó a cambiar.

La ferrolana se mudó a otro país europeo para trabajar en una empresa similar a la que estaba. En principio, por tres meses, hasta que en esa etapa conoció al futuro padre de sus hijos. El fallecimiento de su madre aquí hizo, además, que tuviese más ganas de quedarse allí. Al acabar el contrato, le hicieron una buena oferta y se quedó. «Todo siguió muy bien, pero al cabo de un año, a mi pareja empezó a incomodarle el ambiente en el que trabajaba y a decir que mis compañeros me miraban como si quisieran algo conmigo. Eran fantasías que se montaba», expresa María.

Poco después, la convenció de que fuese a trabajar con él a su empresa, en un puesto semejante al que estaba. Ella, enamorada, dijo sí al instante. «Pero desde el momento en el que acepté la propuesta, me di cuenta de que nunca más iba a trabajar de verdad. Empecé a notar que no quería que tuviese ninguna relación humana que no fuese la nuestra y me fui separando de mis amigos y de mi familia», rememora.

La situación comenzó a tornarse en «terrible». «Nos hizo sufrir muchísimo, nos hizo muchísimo daño físico y psicológico», cuenta María, que ese momento tuvo a su primera hija con él y unos años después a otro hijo. Y todo se agravó cuando él diseñó una casa, en el rural de aquel país, al lado de un lago, completamente aislada. «A partir de la mudanza nos hizo vivir un verdadero infierno», continúa. La vivienda no tenía puertas con el fin de tenerla completamente controlada.

Castigada a la intemperie

Los episodios que recuerda parecen extraídos de una película de miedo. «Me ataba, me daba patadas, me arrancaba el pelo. Un día me dejó sangrando en la cama, con los niños en los brazos, después de haberme forzado. Recuerdo más de una vez tener que escondernos los tres abrazados», asegura.

JOSE PARDO

Y no solo la encerraba en casa, sino también fuera. «En una ocasión, en pleno invierno y embarazada, me dejó en el exterior, en la nieve. Todavía ahora siento el dolor de las piedras y las puntas en mis pies, porque la casa estaba en obras. Estuve tratando de dar calor a mi hija con el camisón. Vino del trabajo y me dijo: “¿Ya no quieres que te vuelva a encerrar en casa?”. Y le contesté: “Pues sí, enciérrame, que no quiero pasar más frío”», relata. Incluso cuando se congelaban las tuberías y él era el encargado de traer el agua, ella le tenía que escribir los litros que necesitaba. Si se olvidaba, ese día no había ni para biberones.

A María se le humedecen los ojos al rememorar que «era un demonio». «Pensé que nunca podría salir de esa casa, sentí que era imposible pedir ayuda. El miedo es algo que te paraliza, incluso perdía el control de los esfínteres cuando sabía que iba a entrar en casa. Sabes perfectamente lo que te está pasando, pero no tienes salida. En mi caso, no me iba a poner a correr con los bebés, creía que él me seguiría y me encontraría. Es que te hacen sentir que eres la última mierda del mundo», menciona.

El momento de salir

Consiguió salir gracias a una amiga, que la llevó al hospital. Allí le contó lo que estaba viviendo una enfermera. Habían pasado cinco años desde que había dejado Galicia. A partir de ahí, una oenegé le prestó ayuda en un país que «se portó genial» y se volcó en arreglar todos los trámites legales, además de darle cobijo durante unos meses en un refugio; también la embajada española. «Fue muy duro no poder expresar lo que sentía de verdad por culpa del idioma, porque un sentimiento no tiene traducción», detalla María. Además, su ex, un hombre con mucho poder allí, no paraba de repetir que estaba «loca».

En un viaje de tres días a Ferrol, otra amiga le descubrió el Centro de Información á Muller. (CIM). Le dieron una cita, la recibieron con los brazos abiertos y la abogada le explicó que tenía que atar todos los cabos en el extranjero para no tener que regresar, en un caso similar al de Juana Rivas. Poco después entró en la Casa de Acogida, donde etiquetaron su caso como «el más sangrante» que había pasado por allí.

«Pensé que nunca podría salir, sentí que era imposible pedir ayuda; el miedo te paraliza»

En la casa estuvo con sus hijos a lo largo de nueve meses. Desde el primero hasta el último día, las técnicas fueron «encantadoras». «Le doy las gracias al CIM por salvarme la vida y a la Casa de Acogida porque, pese a las duras circunstancias me hicieron sentir, notaba que estaba en mi hogar gracias a su cariño, cuidados y perpetua sonrisa», valora. Al salir, en el 2012, sin posibilidad de optar al salario da liberdade, el CIM le ayudó económicamente, le consiguió un hogar y le hizo seguimiento psicológico.

En cuanto a la custodia, donde rige la ley, dice que «se pueden adoptar dos posturas: o venirte abajo y luchar contra eso, o aceptarlo y sacar lo mejor de esto». En medio de un caso en el que intervienen dos países, con toda la complejidad jurídica que deriva de ahí, la opción menos mala está siendo que el padre pueda ver a los hijos los fines de semana, recogiéndolos en el Punto de Encuentro Familiar. «Luché contra esta idea tanto, que al final la tuve que aceptar. No hay nada que hacer», lamenta.

Le da «las gracias de todo corazón» a los administrativos de los juzgados, al Gabinete de Orientación Familiar de A Coruña, al Punto de Encuentro, a su familia, a las amigas de su niñez, a su «queridísima» segunda madre, a las madres del cole y, sobre todo, a sus «tres brujitas», porque la que se fue al cielo «sigue velando» por ellas. «Me gustaría que de aquí se sacase un mensaje de fuerza y esperanza para todas las mujeres y hombres que están sufriendo un maltrato», concluye.

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