Meninas

José Antonio Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL CIUDAD

09 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

El fin de semana pasado, un año más, Canido celebró su fiesta más emblemática. Y le llamo fiesta porque así es como ya lo entendemos los ferrolanos: concurrencia de mucha gente, actuaciones musicales, hay arte, jolgorio y convivencia. Fiesta popular y bohemia artística. Los pintores se afanan en lo suyo mientras que los que acudimos a la cita paseamos y miramos, hablamos con ellos, nos encontramos a amigos y tomamos una cerveza en un ambiente alegre y bullicioso. El viejo y el renovado Canido se llena de animación, mucha más, desde luego, que la que encontramos cualquier día de las Fiestas oficiales en la ciudad. Gente de todas las edades, de la ciudad y de fuera, inunda calles y callejones, terrazas y bares, haciendo que el barrio se quede pequeño. Un magnífico ejemplo de cómo una iniciativa particular y el empeño de unos pocos pueden acabar convirtiéndose en un bien de interés común, beneficioso para el conjunto de la sociedad. Un hecho así merecería tener una voz difusora tan prestigiosa como la de Torrente Ballester, el mejor embajador civil que tuvo Ferrol por el mundo adelante. Seguro que a don Gonzalo, que ya fue pintado, años atrás, en una vieja pared de Canido con la silueta de una menina al lado, le gustaría esta iniciativa artística y festiva de un barrio histórico de su ciudad. 

Y a propósito del papel de embajador de Ferrol en el mundo que le atribuyo a Torrente, se podrían contar muchas anécdotas, pero me quedaré con esta, que de alguna manera, las engloba a todas. Julio de 1996, Lima (Perú). Hasta allí había acudido yo para participar en un curso sobre nuestro novelista, organizado por la Universidad de San Marcos. Mi primera gran sorpresa fue encontrarme con un público muy interesado y versado en el escritor ferrolano. Desde que habían proyectado en la televisión pública la serie Los gozos y las sombras, la popularidad de Torrente allí había aumentado de forma espectacular, y sus otras obras pasaron a ser demandadas en bibliotecas y librerías, convirtiéndose en un escritor muy conocido. En un lugar tan lejano, con gente tan distinta en cuanto a costumbres e incluso fisionomía, ese conocimiento que tenían de Torrente no dejó de sorprenderme durante toda mi estancia allí.

Y la segunda sorpresa me la llevé cuando, en el coloquio que siguió a una de las conferencias, un señor me pide si le puedo describir Ferrol, física y sociológicamente, puesto que había leído la recién publicada La boda de Chon Recalde, además de las anteriores Dafne y ensueños y Farruquiño, y sentía una gran curiosidad por entender la idiosincrasia de esta ciudad que describía Torrente. Le aclaré que era asunto complicado y que habría que abordar con tiempo. Al final, quedamos para el día siguiente. El señor era un político, diputado en el Parlamento, y acudió a la cita con su mujer y con dos matrimonios amigos y también muy interesados en conocer esa «ciudad lógica en una tierra mágica», tal como sabían que Torrente había definido a Ferrol.

Después de la hora y pico de explicaciones, me compensaron con un magnífico paseo por el barrio de Miraflores enseñándome los parajes más emblemáticos de las novelas limeñas de Vargas Llosa, como el colegio Leoncio Prado (La ciudad y los perros) y la vieja taberna que da lugar al título de Conversaciones en la Catedral. Total: una cosa por otra, con la diferencia de que yo les hablé de una realidad muy compleja y ellos solo de ficción literaria.