Pólvora

José Antonio Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL CIUDAD

10 jun 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

El trágico suceso que tuvo lugar en las cercanías de Tui nos ha dejado a todos en España aturdidos e indignados por el tamaño del desastre, que quince días después nos sigue doliendo. Pero seguramente a los gallegos no nos ha sorprendido tanto, pues sabemos que este tipo de negocios conviven con vecinos en pueblos y aldeas. La vigilancia no es excesiva ni las denuncias son debidamente atendidas, como se vio en este caso. En mi pueblo, un taller familiar de pirotecnia desarrolló su trabajo durante los años de mi infancia y juventud en una zona habitada y ¡al lado de una gasolinera! No pasó nada, pero aterra pensar lo que pudo haber pasado viendo la devastación que produjo esta explosión de Tui. 

Y, poniéndonos históricos, cabría recordar la tremenda desgracia que pudo haber sucedido en Ferrol, en junio de 1943, cuando estalló el polvorín del Montón, una zona apartada, pero que albergaba material militar y pólvora suficiente para volar la ciudad y gran parte de los alrededores. Si no sucedió esto, se debió a la inteligencia con que los ingenieros del rey Carlos III habían construido aquel almacén de explosivos, con la boca orientada hacia un montículo lo suficientemente elevado para desviar la onda expansiva. Tan bien estaba hecho el cálculo, que ni siquiera el centinela sufrió daño cuando se produjo el primer estampido. Pero aun así, la explosión llenó de cristales rotos la ciudad, y sus efectos llegaron, incluso, hasta A Coruña. Los periódicos del momento dejaron fiel testimonio de lo que pasó y el propio Torrente Ballester, actuando casi como cronista local, lo cuenta en su obra Dafne y ensueños como un suceso que pudo ser trágico, pero que él relata con tono desenfadado. Era la época en la que el escritor vivía en Ferrol con su primera mujer y los cuatro hijos de ambos, por lo que fue testigo presencial de los hechos.

En las páginas de esa novela -también le dedicó algún artículo en la prensa- Torrente nos cuenta que, desde el primer y enorme estampido en la madrugada, los ferrolanos creyeron que estaban siendo bombardeados por el acorazado inglés Hood. En la ciudad naval, desde siempre, hubo una gran admiración por la armada inglesa, la Home Fleet le llamaban los más entendidos.

Y esa admiración fue derivando en miedo: estábamos en plena segunda Guerra Mundial y se contaba que Franco estaba tentado a entrar en la misma al lado de los alemanes. La gente sabía que había llegado a consultar a un viejo almirante ferrolano y este le había respondido que el acorazado Hood podía bombardear impunemente todas las ciudades de nuestra costa, plazas fuertes incluidas. Las viejas baterías ferrolanas, anticuadas en un sistema de fuego cruzado, no servirían de nada. Se decía que tal afirmación había frenado los proyectos bélicos de Franco, pero el pueblo no las tenía todas consigo. Además, todo el mundo por aquí recelaba de que Ferrol debía de ser uno de los principales objetivos de los ingleses, todavía dolidos porque no habían olvidado que aquí, en los montes de Brión, habían sufrido una derrota para ellos humillante... En fin, que se esperaba el Hood, casi era una obligación de honor histórico, pero lo que sobrevino fue la explosión del polvorín militar. Total: miles de personas pasaron esa noche a la intemperie, protegidos por el murallón de piedra de la batería de San Juan, en vez de prepararse adecuadamente para rechazar por segunda vez a los ingleses…