Ángelis, el creador que vende poemas por las calles de Ferrol

FERROL CIUDAD

JACOBO AMENEIRO

Un madrileño que duerme en el refugio ofrece «ilusión y alegría» con sus versos por la voluntad

08 may 2018 . Actualizado a las 11:37 h.

Recuerda estar con 20 años, con su novia, en la barra de La Vía Láctea, uno de los bares más conocidos del barrio de Malasaña, en Madrid. Apareció un hombre y les dijo que vendía un poema por la voluntad. Ellos le dieron cinco pesetas, a pesar de que estaban «tiesos», comenta Ángel Ivars (Madrid, 55 años) sobre su situación económica de entonces. Eso sí, ese duro que le entregó al hombre le valió para descubrir una forma de sacar algo de dinero. Al poco, él, su novia y un amigo se fueron a Lavapiés con sus propios versos. Ellos entraron, Ángel se quedó fuera. Sin embargo, salieron con 60 y 80 pesetas. «Y entonces ya me metí yo también en el bar», rememora.

Se hace llamar Ángelis, en honor al teclista y compositor griego Vangelis, y desde hace unos meses ofrece sus poemas por A Magdalena. «Vendo ilusión y sonrisas», resume, mientras se toma un Cola Cao en el Cantón. Después de pasar por Málaga, Pamplona, San Sebastián y multitud de sitios más, además de recorrer varias veces el Camino de Santiago -como los peregrinos de antes, que el no es «un turigrino»-, aterrizó en Ferrol. Encontró cobijo en el refugio Pardo de Atín y saca «lo necesario» para vivir con sus poemas.

Al principio de la semana hace las copias para el resto de días. «Siempre vendo con alegría. Cuesta arrancar, pero en cuanto se engrasa la máquina, vendes hasta a tu padre», apunta.

-¿Cuánto cuesta?
-Lo que puedas, y si no, pues te lo regalo.
-¡No, regalar no!
-En esta vida lo importante no es el dinero, sino los detalles.

Esta es una conversación habitual, según dice, con muchos de sus compradores, aquellos a los que intenta sacar una sonrisa aunque sean las diez de la mañana. Y si no lo consigue con los versos, les cuenta un chiste «pequeño y malo». «¿Sabes por qué el emperador César usaba sandalias? Porque era Julio», narra como ejemplo. «Siempre se llevan una sorpresa. Dicen: ‘‘¿De dónde ha salido este?’’». 

Con número de teléfono

La mañana del encuentro con La Voz, Ángelis lleva las composiciones El canto del mar y Un grano de arena. El primero, de amor, dedicado a la madre naturaleza. El segundo, de ilusión. Llevan varios dibujos, con los que plasma también ese tipo de vena artística, para la que se hace llamar Nicasso -en este caso, por Picasso-. Y al final de la copia, aparece su número de móvil. ¿Por qué? Él les dice: «Ahí está mi teléfono. Pasado mañana le va a tocar la lotería». Y le suelen responder: «¡No me digas! ¡Como me toque, te llamo!». «El que se entere de algún trabajo o, simplemente, necesite algo, le digo que me llame. Nunca se sabe quién puede necesitar a quién en el futuro», reflexiona.

No ha escrito por ahora nada de Ferrol, pero le sobran motivos. «Ferrol es muy bonito y tiene mucha historia. Me encanta ir por el parque Reina Sofía, la plaza de Amboage, el puerto, las playas... En general, Galicia la veo muy tranquila, preciosa y con gente muy noble», resalta, con la «gran ilusión» de tener algún día un barco para ir a pescar.

No se separa del buen humor a pesar del tiempo que lleva en la calle. Fue consiguiendo cobijo hasta que se compró una furgoneta para volver de Andalucía a Madrid y se le averió al llegar. «Me quedé con 5 céntimos». De esa época recuerda cuando, en una frutería, dos señoras le compraron alguna pieza y le dieron 3 euros «para tomar un café». Pero en vez de gastarlos en eso, se fue a hacer fotocopias a sus poemas. «Al final he ido consiguiendo sacar para comer», dice.

Y es que, ya por su voz radiofónica llama la atención. «En algún concurso telefónico me dijeron que qué voz más bonita tenía», asegura. Además de recitar con ella, relata historias que se va inventando. A su hermano, por ejemplo, le fue enviando audios hasta completar 60 capítulos de una serie similar a Cuéntame cómo pasó, pero basada en su entorno cercano. Improvisa, imita voces y, en definitiva, nunca se le va la sonrisa. «Si mis pensamientos tuvieran alas / yo podría ser el pájaro que canta, / podría volar adonde todos / queremos llegar», empieza Un grano de arena.