Algo parece leudar en Canido: la levadura inoculada por la nueva savia de la asociación vecinal empieza a fermentar en el cuerpo social del barrio. La iniciativa, de gran belleza ética, puede provocar un efecto mariposa provechoso para la ciudadanía de este viejo barrio periurbano, un territorio semirrural de transición entre el campo y la ciudad. Uno de sus primeros pasos, tal vez el germen, desembocó en la incorporación al nomenclátor de espacios públicos del parque Gaiteiro Antón Varela mediante la confluencia espontánea, pero nunca inocente, de la Asociación de Vecinos, la Sociedad Recreativa y Deportiva Canido y la Asociación Cultural Muiño do Vento. Ahora el órdago alcanza a las veinte entidades organizadas que operan en el barrio -culturales, deportivas, sociales, ecologistas, religiosas, sociosanitarias, juveniles, profesionales, patronales...-, que integran a unas dos mil personas. Centrar en un único campo gravitatorio, el espacio físico y humano del barrio, organizaciones que no solo vivían dispersas sino ignorándose, es de un potencial explosivo pero que no puede acarrear nada que no sea mejor que lo que tenemos. Renace la esperanza cuando más se necesita. Cuando parecía muerto el espíritu que alentó por aquí el sociólogo Marco Marchioni en los años ochenta con su estímulo a la participación comunitaria, surge un embrión que devuelve la confianza en el vigor de la sociedad civil. La primera muestra de la confluencia asociativa han sido las fiestas patronales que finalizan hoy, y el resultado no puede ser más brillante: sin derroche y lejos de la caspa y la pereza mental de los programas al uso. Y con la convivencia vecinal como eje.