Recimil: muchos se quieren ir, nadie se va

FERROL CIUDAD

Á. A.

La sangría poblacional de Ferrol no afecta a las casas baratas a pesar de la inseguridad

03 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Recimil es un reducto. Tanto de cuestiones negativas, la mayoría, como de datos estadísticos que van en la marcha opuesta a Ferrol. La sangría demográfica es inherente al conjunto de la ciudad desde hace décadas. Sin embargo, mientras, las casas baratas permanecen impasibles. Hay más casas tapiadas y menos negocios, pero según el padrón del Instituto Nacional de Estadística, viven incluso más personas que en el 2004, año del primer dato disponible. Eso sí, la sensación general es de que muchos se quieren ir, pero al final nadie se va.

La zona ocupa dos secciones censales y parte de una tercera, por lo que los datos se pueden comparar con las dos primeras. En el 2004 sumaban 1.779 habitantes y ahora 1.871, un 5,2 % más, mientras la urbe perdió un 13,2 %, más de 10.000 personas.

«Antes, hasta hace no tanto, había gente estupenda, ahora se volvió muy conflictivo. No se puede vivir aquí», expresa Clotilde Grobas, que nació hace 65 años y lleva los mismos en el barrio. Vive sola, al igual que una vecina suya de 98 años a la que cuida a diario. Precisamente hay cambios en eso, en que cada vez hay más casas habitadas por una sola persona, normalmente mayor de 65 años. Aún así, la población no desciende. Y todo a pesar de que «los que pueden, escapan», reitera ahora Manuela Ramonde. Llegó con un año de vida y tiene 76. Sus padres fueron de los primeros vecinos en la calle As Pontes y ella, tras emigrar al extranjero y pasar por el Ensanche, regresó para cuidarlos. «Esto está horrible, nos vamos a tener que ir. Esto es una vergüenza», no para de decir.

Entre sus últimas vivencias, una vez en la que le ofrecieron dinero para quedarse con una casa de la que tenía las llaves. «No paran de meterse en las casas y trapichear», comenta. Al lado, Isabel Varela, que vive fuera pero se pasa allí el día para cuidar a sus progenitores, añade que «no miran por la gente mayor». Ella cuenta un episodio de una vivienda tapiada en dos ocasiones que acabó con dos butrones en la cubierta.

Á. A.

A pesar de la okupación, muchas de esas situaciones se regularizan y los que pegaron la patada en la puerta ahora forman parte del censo. «Es un barrio sin ley», añade Isabel. En un banco frente al portal número 1 de la calle Cedeira, en una acera con un buen boquete, está sentada María Oliva Jiménez. Aterrizó con 23 años en Recimil, ahora tiene 56. «Mi madre y yo fuimos de las primeras gitanas en llegar aquí», apunta. «Antes esto era mucho mejor, pero empezó a llegar gente de todo tipo que se metió en las casa», subraya, y menciona el momento en el que se le abrió la puerta a los anteriores ocupantes de la zona marginal de Penamoa. «Aquí hay de todo, pero es raro que algún día no se vea algún jaleo», dice Vanesa, de 30 años, vecina suya.

Los alquileres son bajos, sobre todo para los más veteranos de la zona, y eso es algo que ata a la mayoría, además de las raíces familiares. Como las de Carlos, que ha cumplido 73 años en las casas baratas. «Antes le daba un diez, ahora no llega ni al cero, en todos los aspectos. Los alcaldes lo han ido convirtiendo en un barrio marginal, sobre todo a partir de que se llegó gente que no debería estar aquí», comenta molesto con la situación. Lo acompañan tres nietos, que a pesar de vivir fuera, lo visitan asiduamente. «Hace años no pasaba nada, pero ahora estoy siempre atento a ellos», concluye.