La fragilidad de lo importante

José Antonio Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL CIUDAD

01 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Fui dando un paseo hasta un monte cercano que ha sido pasto de las llamas este verano. A pesar de lo que ha llovido en los últimos meses, se sigue notando la destrucción que ha dejado el fuego. Los árboles resecos y vencidos parecen fantasmas fosilizados. La vida que hubo en este paraje (que conozco y que he disfrutado tantas veces) hoy ha desaparecido. El triste panorama me lleva pensar en lo fácil que es destruir: en cuestión de unas horas se acabó con la vida de este monte. Esos pinos y esos robles tardaron años en crecer, con un desarrollo lento, floreciendo con el sol y soportando las noches gélidas del invierno. Creciendo en silencio, de manera invisible, como ocurre también con las cosas humanas: todo lo que vale la pena, lo que realmente nos importa, no lo alcanzamos con facilidad y de manera inmediata; todo lo que nos mejora y nos civiliza se ha conseguido con mucha lentitud y mucha perseverancia: el amor de la persona amada, la amistad de años, el respeto de los demás, el saber, la cultura… Todo lo que nos hace la vida habitable se consigue dedicándole mucho tiempo a ese empeño. Quien haya provocado el incendio, solo tuvo que emplear unos segundos, los que le llevó encender la cerilla y acercarla a un matorral de tojo para que prendiera y el viento continuase el trabajo. En un momento se destruye lo que tardó tantos años en crecer, porque, hasta el verano pasado, este paisaje era igual al de mi infancia. Y en este punto recuerdo y comprendo mejor la tragedia que encierra una frase que repetía mucho el catalán Josep Pla: «La horrible facilidad de destruir» que tiene el ser humano. Destruir en todos los sentidos, no solo en cuestiones materiales y concretas. Porque las personas somos capaces de acciones que mejoran el mundo, que ayudan a los demás, que facilitan la vida de nuestros semejantes. Pero, también, y no sé si en la misma proporción, somos capaces de actos que hacen daño y destruyen la convivencia en paz. Lo que nos sitúa en el polo positivo o en el negativo es la inteligencia, la educación, unos principios éticos y emocionales, o la carencia de estas virtudes.

Recordar la frase de Josep Pla, el excelente escritor tan catalán y tan español, me lleva el pensamiento a Cataluña y a su situación actual.

No me cabe en la cabeza cómo la parte de España más rica y próspera, con un patrimonio cultural y un presente industrial y turístico envidiable, ha podido dejarse llevar por esta ofuscación nacionalista tan estéril y dolorosa para la población, por lo menos para más de la mitad de la misma. Hay cosas que cuesta entenderlas, y la primera es que los líderes del independentismo traten de construir algo saltándose las leyes. Fuera del marco de la ley no hay más que caos, desorden y destrucción.

La democracia que tenemos en España será imperfecta, pero es homologable a la de los países de nuestro entorno. Todos ellos, para implantarla como sistema político, necesitaron el acuerdo y la concordia de millones de personas. Y muchos años para que arraigase. Aquí en España esto lo sabemos. Por eso somos muchos los que vemos con preocupación ese camino sin retorno que quiere tomar el independentismo. Cualquier tipo de fanatismo puede acabar destruyendo la convivencia democrática en un país, sobre todo si, como pasa en el nuestro, cuarenta años de dictadura no han servido para que todos la valoremos y cuidemos como merece.