Costumbres

José Antonio Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL CIUDAD

18 feb 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Por más que lo intento, no logro leer en una Tablet o en el móvil un texto medianamente extenso. Fracasé, después de mucho intentarlo, con libros interesantes; también -y especialmente- con la edición digital del periódico. Reconozco la comodidad que supone llevar miles de buenos libros a cualquier parte en un aparato que ni pesa ni casi ocupa; y leer el periódico pudiendo ampliar la letra al tamaño conveniente, disfrutar de la alta resolución de las fotografías, moverse por sus páginas con el tacto de un único dedo… Todo esto es cierto, pero también lo es que uno fue acostumbrado a leer en papel, el soporte literario de toda la vida, y que echa en falta el contacto con el libro, el ruido de las hojas al pasarlas, y el olor familiar del periódico, que huele a la verdad de la vida. Para mucha gente de mi generación, leer es uno de los hábitos más arraigados y siempre lo hemos hecho de la misma manera, en papel, por eso cambiar a otros medios nos cuesta tanto, por muy buena y muy práctica que nos parezca toda la nueva tecnología. En mí, uno de los hábitos más asumidos es el de comprar por la mañana el periódico y leerlo tan pronto encuentre un hueco libre. Desde hace años, ese momento lo habilité a media mañana, en una cafetería acogedora, tomándome un café caliente que reconforta el cuerpo y el ánimo. Uno desea y necesita costumbres y repeticiones en la vida diaria, no me molesta la monotonía y la repetición de hechos y costumbres. Me gusta que los días transcurran normalmente uno detrás de otro, sin sobresaltos; que después de la ducha toque el afeitarse y que todo siga su orden desde que uno se levanta de la cama. Hay gente que prefiere que su vida se asemeje a una estampida de búfalos, movida e imprevisible, pero somos muchos los que preferimos que los hábitos adquiridos, si nos complacen y no molestan a nadie, sufran las menos alteraciones posibles. Y entre ese abanico de mis hábitos está el entrar en cualquiera de los dos quioscos cercanos a mi domicilio, a los que suelo acudir, y salir con el periódico en la mano, echarle un vistazo rápido a la primera y última página, palparlo y hasta olerlo, como se huele el pan recién comprado.

Esta costumbre viene de muy lejos. Desde que iba a la escuela y era yo el encargado de comprar el periódico en el quiosco del pueblo y llevarlo al mediodía a casa para que mi abuelo lo leyese después de comer. Ese era también su hábito. Yo, en aquellos años, lo ojeaba por las noches, empezando por las páginas de deportes. Mi interés por el periódico se fue ampliando con el paso del tiempo y me acostumbré a leerlo por el principio, como hacía la gente mayor. Poco a poco, me fui habituando a su presencia y a necesitar su lectura. Y hoy ya estoy convencido de que el periódico es una costumbre de la inteligencia, un alimento cotidiano para la razón y el criterio propio. Y al periódico le debo, también, la alegría de ver un día mi nombre debajo del primer artículo en mis años de juventud. Para un devoto del diario, aparecer entre sus páginas era todo un acontecimiento. Por todo esto, creo que mi fidelidad a la prensa de papel se mantendrá siempre, por muy perfectas y atractivas que sean las ediciones digitales. Leer el periódico de siempre, en la cafetería de siempre, donde te conocen y te están sirviendo el café como a uno le gusta ya antes de sentarte, es de los placeres veniales que todavía podemos permitirnos.