La plaza y el viento

josé antonio ponte far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL CIUDAD

07 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Un día de estos una periodista local me preguntó cuál era el lugar de Ferrol que más me gustaba. La pregunta no tiene una rápida respuesta, pues, tanto «dentro como fuera de puertas» hay lugares con un gran atractivo natural, arquitectónico o con los dos a la vez. Sin embargo, y para sorpresa de la encuestadora, no dudé en contestar que me inclinaba por la plaza de Amboage. Como había que explicar brevemente el porqué de la elección, apunté que vivía muy cerca, que pasaba todos los días por allí, que la plaza formaba ya parte de mi geografía familiar y emocional. La chica se fue con esa respuesta y yo me quedé pensando en las razones concretas por las que me gusta tanto este lugar emblemático de Ferrol. Fui encontrando explicaciones prácticas, racionales, emotivas y hasta literarias. Ante la acumulación de tanto material explicativo, decidí tomarme un café en la cafetería de cada día, justo en una esquina de la plaza, mientras ponía en orden este cúmulo de razones.

Lo primero que destacaría es su carácter recogido, en un entorno plácido y sereno, rodeada de árboles que no solo la adornan, sino que le imprimen carácter, ya que la habitan y animan. Las palmeras reales, elegantes y sobrias de su lado oriental, compensan la reciedumbre de los pinos majestuosos que la cierran por el oeste. Pero, el árbol más distinguido es la araucaria excelsa, que desde la fachada norte, preside la plaza con su vocación marinera, pues hermanos suyos cruzaron los mares como palo mayor de los navíos de la Armada, construidos unos metros más abajo, en los astilleros ferrolanos. Los árboles transmiten naturalidad, y esta es la segunda virtud que yo le encuentro. Todo en la plaza es natural, la vida transcurre por ella sin sobresaltos: siempre hay niños que juegan, perros que la cruzan al paso de sus amos, señores mayores con el pan debajo del brazo que, si luce el sol, se sientan en un banco a disfrutar del momento. Reconforta la sencillez de lo natural en un mundo tan complejo y apresurado como el actual…

Pero, además, la plaza tiene algo denso y profundo, asumido por el peso de la historia. Es el lugar que amansa el viento del nordés cuando se pone bravo, en verano o en invierno. Aquí se acaba su furia, porque no tiene opción de seguir su carrera desbocada. La tercera parte de Los gozos y las sombras, de Torrente Ballester, se titula Donde da la vuelta el aire. Pues yo creo que ese mismo enunciado puede aplicársele a la plaza de Amboage. Y pensándolo bien, creo que el fenómeno tiene que ver con la fuerte carga histórica del callejero de la ciudad, pues el viento entra con insolencia por la plaza de España y enfila la calle del ilustre marino Dionisio Alcalá Galiano, quizá recordando su muerte heroica en Trafalgar, para volverse irreductible en la plaza de Armas, antes de enfilar con mucho brío la calle Dolores, que antes se llamó Fernando Villamil.

La energía y el brío renovado se lo insufla el recuerdo de este gran marino, que siendo comandante de la corbeta Nautilus, hizo que un buque-escuela español diese por primera vez la vuelta al mundo a vela, y que años más tarde encontraría la muerte en el desastre de Santiago de Cuba. Pero el viento se aplaca al llegar a la plaza, al luchar con los árboles y, sobre todo, al ver que en el frente sur aparece un rótulo callejero con el nombre de Gravina. Muchos héroes para seguir dándose tanta importancia.