Una cola en el tiempo

José Antonio Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL CIUDAD

31 dic 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Fue en una de estas mañanas de diciembre, en las que convive simultáneamente un frío húmedo y destemplado con la buena disposición del ánimo navideño. Pertrechado contra el frío y dispuesto a repartir buenos deseos, salí a dar un paseo andariego que me fue llevando por calles de la ciudad que no suelo recorrer a diario. En una de ellas, larga y poco frecuentada, vi en la otra acera una cola bastante larga de personas que aguardaban no sé qué, con carpetas bajo el brazo, sin apenas hablarse entre ellos. A medida que me acerco compruebo que están delante de una comisaría y que son extranjeros, hombres en su mayoría, marroquíes y subsaharianos, y dos mujeres ecuatorianas o bolivianas, con pequeños sombreros ladeados sobre el pelo liso y negro. Aminoro el paso y me doy cuenta de cuál es el motivo de su presencia allí: esperando a que un funcionario les dé el visto bueno a esos papeles -certificados, credenciales, informes de otros trabajos- tan valiosos que guardan en sus carpetas. Imagino que la historia que hay detrás de cada uno debe de ser un penoso vía crucis cruzando fronteras, pasando calamidades, soportando inclemencias y explotaciones. Por fin, esperan quedarse en un país extranjero que tampoco va a tener con ellos más miramientos que los otros por los que han pasado anteriormente. Dejo ya de mirarlos y sigo calle abajo pensando en la suerte que uno tiene por su confortable condición de ciudadano en un país en que me siento a gusto, y con el que me identifico en tantas cosas gratas e importantes. Esto de ser portador de una cara y una identidad con las que poder convivir en libertad entre iguales es un privilegio que estas personas de la cola no han llegado a conocer en el país al que han arribado. Su esperanza está en los papeles que guardan en esas humildes carpetas de cartón, que enseñarán temblorosos ante el funcionario que los atienda. Esa calle, que para mí es conocida y grata, para ellos es, cuando menos, extraña y posiblemente hostil.

 Recupero el ritmo normal del paseo, pero la imagen de esa cola no solo no se me va de la cabeza, sino que me lleva a recrear otras, tan tristes y desoladas, que allá por tierras argentinas y cubanas, tuvieron que sufrir los emigrantes de la generación de nuestros abuelos, escapando del hambre y de la esclavitud de una tierra que no daba para comer. Las fotos de vecinos y familiares, que hay en muchas casas gallegas, que muestran a unos hombres vestidos con trajes oscuros y pobres y con la maleta de cartón al lado, reflejan también la misma mirada profunda, de expectativa y desamparo, que los inmigrantes que acabo de dejar atrás, delante de la comisaría. Y es que el tiempo se entrelaza en curvas y contracurvas que nos llevan y nos traen del presente al pasado con total naturalidad. O dicho de otra manera: los hechos que para unos (nosotros, instalados en esta sociedad del bienestar) pertenecen ya al pasado remoto, son para otros (estos inmigrantes, por ejemplo) un presente triste y duro. Así que el problema del tiempo, que ni el sabio San Agustín llegó a entender nunca («Si me preguntas lo que es el tiempo, no lo sé, pero si no me lo preguntas, lo sé», nos dejó escrito por toda explicación), no se comprende solo por lo que dicen los almanaques, sino más bien por la condición social y económica que viven las personas. ¡Feliz año para todos, también para los de la cola!