
El director de Agarimo ha reabierto el taller que Antón Varela comandaba en el 184 de la calle Magdalena, cumpliendo así una de las últimas voluntades del luthier
07 dic 2017 . Actualizado a las 05:00 h.Hay malos y buenos maestros. Están aquellos que pasan casi de puntillas por la vida del alumno. Y luego está ese capaz de contagiar su pasión al pupilo, de hacerle mejor persona e incluso de cambiarle la vida. A falta de uno, Marcos García Martínez (Ferrol, 1977) ha tenido la suerte de contar con dos buenos maestros en su vida. Uno fue su padre, el famoso maestro gaiteiro Lolete, quien le enseñó a esculpir melodías con el fol cuando apenas tenía diez años. Y el otro fue Antón Varela, Tonecho, el prestigioso intérprete y artesano constructor de gaitas de Canido, junto al que Marcos trabajó durante diez años en el taller que el ya fallecido músico tenía en la calle San Francisco.
De aquello hace ya una década, pero hace escasos meses -poco antes de aquel 25 de julio que se llevó para siempre al reconocido luthier-, maestro y discípulo volvieron a encontrarse. «Estando ya en cuidados paliativos, Tonecho me llamó para decirme que no quería que se cerrase su taller de la calle Magdalena, que le daba pena poner fin a tantos años de trabajo y me ofreció que siguiera yo con el obradoiro», explica Marcos, quien además de intérprete y artesano se ocupa también de comandar la Banda de Gaitas Agarimo.
Aquel ofrecimiento no cayó en saco roto y fue así como, después de varios meses inactivo, el torno Cumbre 022 con el que Tonecho solía moldear la madera de buxo y granadillo para sus piezas ha vuelto a funcionar en su taller del número 184 de A Magdalena, reabierto por García el pasado mes de septiembre. Es el único obradoiro de gaitas de Ferrol y, bajo su tutela, el director de Agarimo espera salvaguardar el legado de Varela, además de ser capaz de desarrollar un «estilo propio» a partir de las enseñanzas del maestro.
Enfundado en su mono de trabajo, cuenta que de él heredó la base para convertirse en luthier. «Cuando llegué a su taller de la calle San Francisco tenía solo 19 años y ni siquiera sabía lo que era un torno», anota entre risas Marcos. De su profesor admiraba, sobre todo, su «perfeccionismo» y la «búsqueda incesante de la afinación». Pero lo que recuerda con más cariño es la amistad. «Eso fue lo mejor: nos llevábamos muy bien y la mitad de la jornada nos la pasábamos hablando en vez de trabajar. Y es que Tonecho era muy hablador, y conmigo también muy protector, me trataba casi como a un hijo», cuenta con nostalgia de aquella relación fraguada a lo largo de diez años en los que Marcos, junto a su profesor, construyó gaitas que viajaron a países de toda Europa, América y hasta Australia.
«Recuerdo especialmente un encargo que nos hicieron de un pueblecito perdido de Brasil y por el que no pagaron de antemano. Yo le dije a Tonecho que estaba loco por mandar la gaita sin haberla cobrado antes, pero él se fiaba de todo el mundo y la envió. A lo largo de su trayectoria algunos pufos sí se llevó, pero no de aquel cliente de Brasil, porque al final pagó», rememora el discípulo.
Del muelle al obradoiro
A Marcos García se le ve feliz entre las herramientas del obradoiro, un escenario muy diferente al que era habitual en su día a día de los últimos años, cuando se ganaba las habichuelas trabajando como policía portuario y patrón de la lancha de la planta depuradora de almeja de la ría de Ferrol. «Aquello no me disgustaba, estar en el mar es bonito, pero este es mi ambiente, lo que he mamado desde niño... ¡Y además aquí no paso tanto frío!», cuenta encantado de su nueva ocupación como artesano, que compagina con la labor que desempeña desde hace ya varios años como profesor de gaita en Agarimo y otras bandas de la comarca.
Por eso se siente profundamente agradecido con la familia de Antón Varela, que nunca puso reparos para hacer realidad una de las últimas voluntades del maestro, del que Marcos habla con auténtica admiración. «De Tonecho lo aprendí todo. Junto con la familia Seivane, Gil y Antón Corral, Tonecho se encuentra en lo más alto de la artesanía de gaitas en Galicia y yo tuve la suerte de formarme con él».