Torrente Ballester ya había avisado sobre los efectos de la muerte en la obra de un escritor: cuando uno se muere, lo primero que sobreviene es el silencio. Lo segundo, veinticinco años de más silencio. Al cabo de los cuales, si el escritor realmente vale la pena, empezará a «resucitar» entre los viejos y los nuevos lectores hasta ser valorado en la justa medida. Al escritor ferrolano aún le quedan, pues, años de olvido. La verdad es que hasta ahora su diagnóstico se está cumpliendo a rajatabla: excepto en Ferrol -en cada aniversario de su muerte-, y en A Coruña, con la convocatoria anual de los premios de Narrativa que patrocina la Diputación, el nombre de Torrente ha desaparecido de las librerías, del mundo de la cultura y hasta de las Universidades. Esperemos que, de la misma forma, acierte en la segunda parte de su previsión.
Por eso quiero traer hoy a esta columna un acto muy original e interesante que organizó la Diputación en el teatro coruñés Colón, en homenaje al escritor ferrolano con motivo del fallo de los dos premios de narrativa citados. Porque en actos así logran que el homenajeado siga vivo en la memoria de mucha gente. En él se habló de la afición musical de Torrente y se cantó un repertorio de canciones que serían de su gusto. Porque quienes cantaron eran ferrolanos integrados en el Coro de la Universidad Sénior del Campus de Ferrol, que compartían, por tanto, con el escritor gran parte del ADN musical que transmite esta ciudad.
Porque en Ferrol se canta mucho y bien, y en ella la música es el arte más apreciada. Ya lo decía Torrente en La boda de Chon Recalde: «El nacido en Villarreal camina silbando o tarareando. Donde se juntan dos son un dúo; donde más de tres, un orfeón. Cuando ya han desaparecido del mundo serenatas y rondallas, los mozos de Villarreal las siguen cultivando». Ni la reconversión naval ni la sangría demográfica lograron acabar con el gusto por la música. Parece como si el pueblo ferrolano aceptase a rajatabla aquella idea de Nietzche de que «la vida sin música es un error».
Torrente fue un autodidacta en la literatura y en la música. Leía sin orden lo que iba cayendo en sus manos, lo mismo que disfrutaba de todo tipo de la música que iba escuchando. Desde la que se encontraba en la calle, habaneras, boleros, tangos, etc., hasta los fragmentos de zarzuelas y arias de ópera que escuchaba con sus padres en el teatro Jofre. A lo largo de toda la vida mantuvo ese doble gusto por la música popular y por la llamada culta. Todo en Torrente fue dual: lo fantástico de la aldea se mezclaba con el orden racional del Ferrol industrial. Del mismo modo, iba entendiendo a Mozart y a Bach al mismo tiempo que aumentaba su enorme repertorio de la llamada música popular. Se sabía de memoria docenas de tangos y de habaneras, y sorprendió al propio Carlos Núñez cuando este, en la tertulia de Torrente en Bayona, le comentó que estaba recopilando viejas coplas y canciones gallegas, que se cantaron en el mundo rural, en las romerías y en el mar: Torrente se puso a cantar todas las que recordaba…, y se les fue la mañana escuchándolo.
La música, pues, tuvo un papel importante en la vida personal del escritor, pero también en su obra literaria. Su novela más celebrada, La saga/fuga de J.B. está construida sobre una estructura musical, un detalle técnico que, en su momento, fue destacado como una gran novedad.