Canido, un instituto con cantera para sus propios profesores

Bea Abelairas
Bea Abelairas FERROL

FERROL CIUDAD

Estevo Barros

Siete de los actuales docentes del centro fueron exalumnos y emularon a sus actuales compañeros

19 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Las instalaciones del instituto de Canido nunca han sido las mejores, pero eso no ha manchado demasiado los recuerdos de los alumnos, porque el centro es casi una cantera de su cuadro de profesores: siete de los actuales y el bedel han estudiado en las mismas aulas en las que ahora dan clase. Unos aseguran que casi a diario les viene a la cabeza una escena del pasado; otros se ven como otras personas en un instituto cualquiera, pero todos están encantados cuando llegan cada día a Canido por las calles de su adolescencia. Pocos siguen viviendo en el barrio, pero aquí conservan familia, amigos y el apego que les ha ido acercando en cada concurso de traslados.

El jefe de estudios es José Jorge Rodríguez, pero todo el mundo le llama J, como cuando estudiaba, y es una enciclopedia de la historia de la antigua Filial, como aún le llaman muchos. «O centro foi medrando cara terreos que eran do obispado, de feito, anexionouse a casa do cura», cuenta ante Encina Fra, la profesora de música y su antigua compañera. «Coincidimos aquí, pero también en otro instituto como profesores -explica ella-. Yo tengo buenos recuerdos, pero ahora soy otra persona, es como si estuviese en otro centro cualquiera». Mientras los siete rescatan episodios de su memoria Encina se entera de que el aula en el que da clase era un espacio de ensayo para baile gallego. «¡Pues qué bien!, estaba predestinada para la música», dice una de las docentes que pasó por el centro a mediados de los ochenta.

Un poco antes estudiaba uno de los actuales profesores de gallego, Henrique Dacosta, que hace memoria de que cada mejora que se logró tenía que ir precedido de una protesta. «Recordo que nos encerramos para pedir arranxos e que tivemos que construir nós mesmos o escenario do salón de actos», explica sobre un espacio que sigue funcionando tal cual hoy en día. «As veces -rememora- paso por diante das escaleiras e penso: ‘Neste escalón durmín eu a noite do peche’».

 «Unos santos»

Su colega Manuela García, que también imparte gallego, idealiza a los alumnos de esa época: «Tiñan unha creatividade, unhas ganas de facer cousas... Agora están adormecidos cos móviles», se queja. Sin embargo, al conserje Cristóbal Blanco, Pipo, le gusta el alumnado con el que lidia a diario: «Los chavales de ahora son unos santos, nosotros sí que éramos gamberros...». Algo a lo que Manuela replica con energía: «A Pipo dinlle clase eu, así que seino ben, eran moito mellores os da súa época; agora hai que repetir as cousas ata seis veces». La profesora de Tecnología, María José López, es de las que echa de menos algunas maneras del pasado en la relación con los alumnos: «Os nenos cambian como cambiou a sociedade», reconoce ante unos compañeros a los que Canido marcó para bien en gran parte por profesores que siguen en el centro, como José Antonio Cereijo. «Eu estudie matemáticas por el», confiesa J.

Magdalena Zambrano llegó este curso a su colegio de niña: «Yo estudiaba aquí cuando era la Filial y un centro solo para niñas, me fui al Saturnino Montojo cuando abrió, por el año 1978, y ese fue mi segundo destino cuando aprobé la oposición y allí estuve treinta años dando clase», cuenta una profesora de Latín que se crio en las casas de la Marina, donde aún vive su madre.

Magdalena reconoce que para ella llegar a las aulas del Montojo solo siete años después de haber terminado el COU era algo impresionante: «Estaba demasiado cerca, te veías con todos tus profesores». En Canido tiene otras sensaciones: «Lo que hoy es la cafetería era mi clase». La etapa estudiantil de Magdalena es la más antigua, la más diferente a la del resto de sus compañeros: «Recuerdo a profesoras muy estrictas, que nos daban mucho miedo y con las que había que medir mucha las palabras».