«Ser voluntario supone un sacrificio, pero siempre compensa»

beatriz antón FERROL / LA VOZ

FERROL CIUDAD

Imagen tomada el sábado pasado en el aula de apoyo escolar de la OCV en el campus de Ferrol
Imagen tomada el sábado pasado en el aula de apoyo escolar de la OCV en el campus de Ferrol cesar toimil

Profesores, profesionales de distintos ámbitos y estudiantes imparten clases de apoyo escolar a niños inmigrantes y en riesgo de exclusión social en el campus de Esteiro

28 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Vincent Conlon lleva el virus de la solidaridad inyectado en la sangre. Llegó a España en 1998 y en el año 2002, tras el fatídico hundimiento del Prestige, no dudó en viajar rápidamente a Galicia desde Madrid -donde vivía- para echar una mano en la lucha contra el veneno del chapapote. Después el destino quiso que encontrase trabajo en Ferrol, donde sus ansias por ayudar lo llevaron a colaborar con la Cocina Económica. Y ahora, con casa en Narón, este irlandés nacido cerca de Belfast sigue dando rienda suelta a su vena solidaria a través de la Oficina de Cooperación y Voluntariado (OCV) del campus de Ferrol.

Esta es la pasta de la que están hechas las personas que, junto a Vincent, todos los sábados por la mañana arrancan dos horas a su tiempo de ocio para dar clases de apoyo escolar a niños inmigrantes y en riesgo de exclusión social a través de un exitoso proyecto de la OCV. Muchos son profesores como Vicent, que da clases en una academia. O como Beatriz García, su pareja, que trabaja con niños con necesidades educativas especiales en el colegio de A Gándara. Pero entre los voluntarios también se puede encontrar a otros profesionales, estudiantes y recién licenciados. Y a todos ellos les une el mismo afán. «¿Que por qué soy voluntario? Pues porque creo que me gusta ayudar y me siento bien haciéndolo, pero también porque soy muy sociable y me encanta estar con la gente», dice Vincent, quien asegura que levantarse los sábados por las mañanas para trabajar fuera de su horario laboral y sin recibir un salario a cambio no le supone ningún esfuerzo.

A Beatriz García, en cambio, no le importa reconocer que sí hay veces que le entra la pereza cuando llega el momento de poner rumbo al campus, aunque luego no tarda ni un segundo en librarse de ella. «Al final siempre salgo de allí contenta y alegre, porque dar clase a estos niños es un gustazo: tienen tantas ganas de aprender que se esfuerzan muchísimo y siempre muestran interés por todo. Ser voluntario supone un sacrificio, es verdad, pero al final siempre compensa, porque te llena muchísimo», cuenta la profesora.

A las clases de apoyo escolar que imparten Vincent, Beatriz y el resto de voluntarios del proyecto que desarrolla la OCV acuden muchachos de España, Senegal, Honduras y Marruecos. Y, además, este curso también asisten a las clases dos personas adultas. «Las madres de los niños marroquíes a los que atendemos no se manejan muy bien con el idioma, así que les dijimos que podían venir para aprender español», explica Beatriz.

De esta forma, entre las mismas paredes conviven alumnos de primaria y secundaria, pero también estudiantes de bachillerato o algún ciclo formativo y madres de familia que hace ya tiempo que dejaron atrás los apuntes y los estudios. Sin embargo, ni las diferencias de edad ni la variopinta procedencia del alumnado han supuesto un problema en el desarrollo del proyecto. Al revés, los voluntarios ven esta interculturalidad como una «riqueza» de la que se benefician tantos ellos como los niños.

¿Cuáles son los canales a través de los cuales llegan a estas clases los chavales? Según explica Vanessa Míguez, responsable de la OCV en Ferrol, los niños recalan en el proyecto por mediación del Centro de Menores, la Casa de Acogida y los centros educativos de la zona. En los tres últimos años la demanda ha ido a más y en estos precisos momentos hasta hay una pequeña lista de espera. «Si hubiese más voluntarios sería estupendo, porque así podríamos abrir las clases a más alumnos», apunta Beatriz como lanzando un guante a quien lo quiera recoger.

Abierto a todo el mundo. Para colaborar con la Oficina de Cooperación y Voluntariado de la UDC no es preciso estudiar ni trabajar en el campus. Basta con tener ganas de ayudar y disponer de dos o tres horas semanales para hacerlo. Los interesados pueden llamar al 981 337 400.