Un pedacito de aldea en plena ciudad

FERROL CIUDAD

ANGEL MANSO

Lindando con calles asfaltadas y altos edificios, en Canido aún perviven casas con huertas y fincas con corrales de gallinas, algún caballo y hasta la oveja «Panchiña»

26 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Imagínense la escena. Una oveja pasta tranquilamente en un campo, justo al lado de un huerto del que brotan remolachas, pimientos y berenjenas, mientras a lo lejos se escucha el eco de varias gallinas cacareando. Contado así, muchos podrían imaginar que la imagen corresponde a algún rincón de la zona rural. Pero no. Esto es lo que cualquiera se puede topar si se pierde por la zona baja de Canido, la que desciende desde la calle Poeta Pérez Parallé y Muíño do Vento hacia la carretera Alta del Puerto. Y es que el barrio más efervescente de la ciudad, donde florecen iniciativas artísticas como Las Meninas, abren nuevos negocios, surgen mercadillos vintage y ponen sus ojos ambiciosos proyectos hosteleros, todavía conserva un pedacito de la vida de aldea que antaño palpitaba en sus feudos.

Y, si no, que se lo pregunten a Antonio Esteban Río Otero, más conocido como el Fiti de Canido -un apodo que le viene del piloto Emerson Fittipaldi, por su enorme pasión por los coches deportivos-, quien desde hace más de treinta años cuida una finca con un buen puñado de árboles frutales, una huerta muy productiva, un corral con una docena de gallinas y hasta la oveja Panchiña, que está domesticada y le acompaña siempre en sus paseos diarios junto a su perra Lasy. «Yo aquí me siento muy feliz, porque vivo en la ciudad pero al mismo tiempos estoy en el campo y eso es algo muy especial que no todo el mundo puede disfrutar», dice Fiti, quien desde hace casi cinco años disfruta de la jubilación tras despedirse de toda una vida de trabajo como cocinero del Parador de Turismo de Ferrol.

Aunque la situación ha cambiado mucho con respecto al pasado -cuando todas las tierras de Canido estaban cultivadas-, en los últimos años el barrio ha asistido a una especie de renacimiento agrícola, con la aparición de nuevas y pequeñas huertas para el autoconsumo en las zonas en las que no se puede urbanizar. Mientras algunos sueñan con el momento en el que el Concello permita construir en esos terrenos -mediante el desarrollo de un plan parcial-, quienes los labran ven su calificación actual como suelo rústico como una auténtica «bendición».

«Yo firmo por que esto se quede como está, porque a mí la tierra me da la vida», dice rotunda Mari Luz, quien a sus 75 años cultiva en Canido una huerta que recompensa sus mimos y cuidados con kilos y kilos de puerros, cebollas, calabacines y remolachas. Para esta vecina de la calle Almendra, que de niña vivió frente a la Domus Ecclesiae, el poder cultivar un pedacito de terreno en plena ciudad es todo un «lujo», además de un pasatiempo muy terapéutico. «¿Que por qué tengo huerta? Pues porque a mí no me gusta hacer pilates. Para relajarme prefiero estar aquí, disfrutando del aire libre y charlando con otras personas que también siembran», dice Mari Luz al tiempo que confiesa que para ella la tierra se ha convertido en algo «adictivo».

En este punto coincide también Teresa, quien desde hace cinco años se ocupa del huerto que siendo ella niña ya cuidaba su madre, Josefa, en un terreno situado cerca de Muíño do Vento. «¿Tú sabes el gusto que da ver una tierra bien trabajada? Contar con una huerta que te da alimentos naturales es una maravilla y, por si fuera poco, a mí la tierra me ayuda a desconectar», cuenta una mujer tan laboriosa como la más trabajadora de las hormigas.

A pocos metros del terruño de Teresa, Fiti disfruta del sol de la mañana acompañado de Panchiña y Lasy, mientras cerca de ellos una yegua se pasea tranquila frente a la Domus. Entonces esboza una sonrisa y, a modo de despedida, espeta satisfecho: «No hay duda de que hoy por hoy Canido es la mejor zona de Ferrol para vivir, ¿no crees?».