El infiltrado

José Varela FAÍSCAS

FERROL CIUDAD

22 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Un día, pescando en el Mera, cayó tal aguacero que no pude más que cobijarme en el refugio de Cardeal: imposible continuar. Cuando llegué, otro aficionado ya se guarecía del diluvio. La cosa iba para largo y trenzamos charleta. Me detalló que formaba parte de un grupo de élite de las fuerzas de seguridad del Estado en Galicia, un equipo elegido entre lo más bragado y audaz -destemido, se diría si fuese de la policía galaica- del cuerpo mediante exigentes pruebas: aptitud, temple en situaciones críticas, manejo de explosivos, lenguaje cifrado, comunicaciones, camuflaje, idiomas... Su misión, cuya localización no me precisó pero puedo intuir al sur de Chantada, era la de topo: estaba tratando de infiltrarse en la cúpula de la trama de incendiarios que opera en Galicia. Supe que tenía enfilados a algunos sospechosos, entre ellos el zoqueiro del lugar, porque lo había visto prender el canuto de picadura con el chisquero de mecha y no con el clipper del chino (1 euro). El espía se estaba ganando la confianza de los paisanos haciéndose pasar por corredor de productos fitosanitarios y comisionista de una firma de semen de buey de reputado pedigrí. Creía estar cerca de su objetivo porque algunos de los jubilados que se jugaban los cafés al tute en la cantina le confiaban intimidades como qué parte de la pensión reservaban para su nieto -«polo menos que poida moverse no Ibiza para lighar: que unha cousa é estar no paro, e outra é non mollar»-. Pero todavía le quedaban cabos sueltos. Afrontaba el riesgo de su misión con arrojo, sí, pero lo que peor llevaba era el modus operandi para pasar inadvertido: trasegar los claretes de brick que servía el tasquero.