La higiene en los barcos antiguos

Museo Naval

FERROL CIUDAD

Los navíos eran a menudo nido de infecciones debido al hacimiento de los tripulantes

06 feb 2017 . Actualizado a las 17:59 h.

En los navíos del siglo XVIII -por término medio- el número de hombres embarcados correspondía aproximadamente a diez veces el número que cañones que portaban. Así, por ejemplo se necesitaban setecientos hombres para un navío de 74 cañones, y hasta mil para un buque de 112 piezas de artillería.

En esas condiciones de auténtico hacinamiento, la acomodación o habitabilidad era muy precaria, y en no pocas ocasiones los navíos de guerra eran un nido de infecciones y enfermedades contagiosas. Además de llevar todo tipo de animales vivos a bordo en las navegaciones prolongadas, con los que evidentemente tenían que convivir aunque fuese solo en determinadas zonas, los entrepuentes de los barcos (cubiertas interiores) alojaban centenares de personas, y además estos estaban mal ventilados, eran oscuros y húmedos, lo que hacía proliferar infecciones de toda clase.

Por otra parte, las tripulaciones tampoco disponían de trajes de recambio (y menos aún de uniformes) y debían lavar su ropa con agua de mar. El agua dulce era un bien tan escaso que no se podía dedicar a la limpieza, por lo que había marineros que pasaban incluso casi dos meses sin asearse (en las grandes travesías transoceánicas), siendo las consecuencias no solo el olor pestilente que desprendían sino también la aparición de enfermedades de la piel como la sarna. Si además había mar gruesa los malos olores se multiplicaban exponencialmente por los vómitos de unos y otros. Para hacer sus necesidades sin ningún pudor, se habilitaban unas pocas letrinas a proa y a popa, y más adelante se establecieron tablas agujereadas (a modo de váteres), llamados beques, para evitar accidentes. El problema para la marinería es que usaban los de proa, una zona peligrosa y expuesta a las inclemencias, donde corrían el peligro de ser empujados por un golpe en caso de temporal y verse arrojados a la mar sin piedad.

Con el paso del tiempo fue mejorando la habitabilidad e higiene en los barcos si bien podemos afirmar que hasta bien entrado el siglo XX, las condiciones de vida en general a bordo eran muy duras. Para mantener precisamente en el mejor estado de revista todos los compartimentos de los buques, se reglamentó de forma estricta turnos diarios de mantenimiento de limpiezas por parte de la dotaciones de marinería, siendo muy típico el baldeo de las cubiertas. Las primeras medidas de higiene fueron adoptadas por los médicos de marina (reglamento de 1786), que establecieron «fumigaciones» (a modo de desinfectantes), de enebro, vinagre y pólvora de cañón para ser practicadas cada mañana en zonas como la sentina, la bodega, el sollado y las baterías o cubiertas, y dos veces al día en la enfermería. Pero realmente la salubridad a bordo no sería un hecho «relativo» hasta la llegada de los buques de hierro y a vapor mediado ya el siglo XIX.

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